Rebanadas / Gusto sin culpa

AutorCony Delantal

En el 395 de Monte Athos, en Lomas de Chapultepec, los amantes de la buena cocina están de fiesta. Allí abrió sus puertas La Mari, cuya cocina corre a cargo de David Castro Hussong y Maribel Aldaco Silva.

Esta dupla convirtió a Fauna, en el Valle de Guadalupe, en un destino gastronómico de visita obligada. Por fortuna, sus platillos ya pueden disfrutarse en la Ciudad de México.

La propuesta se basa en ingredientes de inmejorable calidad y platillos saludables. El espacio es encantador, colorido y lleno de vida. Tiene un comedor donde resaltan detalles en madera y en su cálida terraza se antoja larga la sobremesa.

Ya sentada, descubrí una carta concreta, pero con opciones que se antojan apenas leerlas. Pedí una orden de tostadas ($190, cuatro piezas), solicité dos de callo y dos de atún. Extraordinariamente ricas ambas.

Como La Mari apuesta por una cocina saludable, las pequeñas tostadas son de quinoa y no llevan aderezos que sumen calorías. El toque de sabor se añade con emulsiones de los propios ingredientes.

La de callo, con habanero y apio, fue todo un agasajo: lleva una delgada lechuga, callo de hacha, ralladura de limón amarillo y una emulsión hecha con el propio callo. ¡Me conquistó desde el primer bocado!

Igual de rica me pareció la de atún, preparada con una fina rebanada de aguacate, un toque de ponzu y wasabi. Sin duda, las tostadas son un apartado en el menú que no deben saltarse.

Mi marido y yo acordamos compartir dos platos fuertes que se complementarían a la perfección. Me refiero al malamente llamado risotto ($650) y al borrego ($480). Digo malamente porque aquí se hace una versión con coliflor que nada le pide al tradicional.

Lleva langosta y el sabor que añade este extraordinario crustáceo, sumado a la consistencia suave y ligerita del "risotto", hace del plato toda una delicia. No estaría de más advertir que es de mentirita.

Mención aparte merece el borrego: dos suculentas costillas de cordero se acompañan con aceituna y papa, y se sirven sobre una exquisita salsa hecha con olivas, sin mayonesa ni lácteos. Es toda una fiesta de sabores en el paladar.

No podíamos saltarnos el postre. Elegimos uno que nos fascinó: cheesecake de mamey ($190) con crema de pixtle, de textura sedosa, ligera y extraordinariamente rico. Bocado a bocado, una comprueba técnica pulida y grandes ingredientes.

Las raciones son pequeñas, quizá más de lo que me gustaría, así que la idea es pedir varias cosas al centro. El servicio -un poquito atropellado...

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