Rafael Ruiz Harrell / Gobiernos sin moral

AutorRafael Ruiz Harrell

Más allá de las dificultades de la globalización y de las reticencias que impiden modernizar al país, hay un asunto básico que por conveniencias del cinismo suele dejarse de lado: la necesidad impostergable de dotar al gobierno del Estado de un contenido ético. Quiero decir con esto, por un lado, que hemos dejado de preguntarnos para qué sirve el gobierno y qué justifica su existencia. Actuamos dándolo por supuesto, como un hecho más, como algo que está ahí y que por fuerza debemos tolerar, pero sin analizar si es eso lo que queremos o, incluso, si merecemos algo tan lamentable. Por el otro, quiero decir que la vitalidad y la eficacia de un gobierno han dejado de medirse en términos de bienestar común, de justicia compartida o de desigualdades superadas. Hoy, en cambio, se lo juzga en el sórdido contexto de la continuidad burocrática: el "mejor" gobierno es el que más tiempo permanece en el poder, la mafia que consigue reelegirse más veces cambiando sólo el nombre del capo que la representa. En esto el viejo PRI sigue siendo el ideal, la brújula que orienta a los demás partidos, tribus y coaliciones que padecemos.

Tomo de punto de partida la última afirmación: me enoja, me desespera, me insulta que Vicente Fox guardara para el primer semestre de este año tantas obras, tantas inauguraciones, tantos dineros nuestros para promover con tan enorme desvergüenza la candidatura de Felipe Calderón. No es Calderón quien importa -en verdad, me vale-, lo que no estoy dispuesto a aceptar es que el poder sea usado para seguir en el poder. Lo que me sulfura -por razones éticas, que es de lo que estoy hablando-, es que aquellos a quienes les dimos poder de decisión para mejorar al país, lo usen para imponernos al que ha de sucederlos y dediquen a eso casi todas sus acciones. Que Vicente Fox sea el hombre más desmedidamente tonto que ha llegado a la Presidencia, no basta para justificar que el poder del gobierno haya sido usado para cancelar nuestra decisión, pretender torcerla e intentar decidir por nosotros.

Hubo un tiempo de utópico idealismo en el que llegué a creer en el PRD como una opción política nueva y diferente. El tiempo me fue revelando la realidad: los perredistas son lo peor de la basura del PRI, el lumpen de nuestra clase política, los pobres diablos (y diablas) que se dedicarían a la delincuencia menor si vivir del presupuesto no los ayudara a incurrir en crímenes mayores. Las pruebas menores son miríadas. Las mayores son tan obvias que van...

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