Una radiografía de las autodefensas

AutorDavid Espino

Antes del 26 de septiembre de 2014, el día en que 43 estudiantes de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero, desaparecieron a manos de supuestos pistoleros del grupo criminal Guerreros Unidos en Iguala, coludidos con policías municipales, en este estado los desaparecidos por el narco eran casos de todos los días que nadie volteaba a ver. Desde que en mayo de 2010 se localizó en Taxco una mina abandonada con 54 cadáveres -cuyo rescate duró más de una semana- hasta las narcofosas descubiertas en 2013 y 2014 en Zumpango, Acapulco e Iguala, los hallazgos no pararon.

Hice un reportaje para la revista Esquire sobre esta atrocidad. Antes, en julio de 2014 lo había enviado a otro medio nacional que no le dio mucha importancia. Esquire aceptó publicarlo cuando el caso de los normalistas desaparecidos ya era noticia internacional. ¿Por qué a nadie le interesó antes lo que estaba pasando en Guerrero? ¿Por qué nadie volteó a ver los cientos de desaparecidos, no en pueblos perdidos, sino en lugares tan conocidos como Taxco, Acapulco, Chilpancingo? ¿Por qué se creyeron el discurso del Estado de que todas las víctimas tenían algo que ver con el narco?

Mientras seguía el caso de una chica de 15 años que había desaparecido en Zumpango en diciembre de 2013, conocí a Leo-nid Arreaga Martínez, el antropólogo forense que la halló seis meses después en una fosa clandestina junto con otras 13 personas. Leonid, único en su tipo en Guerrero, empleado del Servicio Médico Forense, me hizo entender muchas cosas. Me dijo que el estado estaba plagado de fosas que seguramente nunca descubrirían porque no tenían cómo hacerlo. Recuerdo que le planteé usar una especie de escáner para monitorear el suelo en los focos rojos y con altos índices de asesinatos. Su respuesta fue una sonrisa de conmiseración hacia mí, y comprendí que eso jamás ocurriría. Y no ocurrió a pesar de que los familiares de otros desaparecidos, es decir, los ajenos al caso de los 43 normalistas, pidieron a la Procuraduría General de la República que usaran todos los medios disponibles para localizarlos.

Tuvieron que emprender ellos mismos la búsqueda y escarbar con sus uñas la tierra donde fueron hallando de a poco otros cientos más. Con Leonid y un colega suyo, el odontólogo forense Emilio Gregorio Ayala, contamos 197 desaparecidos de enero a agosto de 2014, y cuando le sumamos los 43 normalistas de Ayo-tzinapa dieron 240. Una cifra espeluznante que nadie quiso ver hasta después de que el daño fue mucho mayor e irreversible: el monstruo creció...

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