¿Quo Vadimus Sartori? Ciencia política y políticas públicas en el marco de una polémica

AutorAntonio Camou
CargoDoctor en Ciencia Política - Profesor-investigador en el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de La Plata y docente de postgrado en el área de Administración y Políticas Públicas de la Universidad de San Andrés
Páginas11-40

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En octubre de 2004, el distinguido politólogo italiano Giovanni Sartori publicó un breve artículo destinado a la polémica. El trabajo se tituló: “¿Hacia dónde va la ciencia política?”, y la mordaz respuesta del autor de Homo Videns fue, sencillamente, “a ningún lado”. Desde entonces, han corrido intensos ríos de tinta en más de un continente, y son Page 12legión los autores que tendieron a ubicarse a favor de la posición sartoriana (por ejemplo: Cansino, 2008), o en la vereda opuesta (por ejemplo: Colomer, 2004 o Laitin, 2004).

Más allá de cierto ruido en la discusión, no pocas veces acompañada de algunos adjetivos descalificativos, el debate ha permitido revisar —entre muchas otras dimensiones— algunos supuestos básicos sobre los modos de producción del conocimiento científico de la política, y sobre la vinculación (o la falta de vinculación) entre ese conocimiento y la solución de los problemas públicos.

En las notas que siguen, retomaré los hilos de esta disputa, pero desplazando levemente el eje de atención, pasando del cauce principal de la ciencia política a los estudios de políticas públicas, a efectos de concentrarme en uno de los defectos centrales destacados por Sartori: “privilegiar la vía de la investigación teórica a expensas del nexo entre teoría y práctica” (2004: 351).1

El trabajo está ordenado en tres partes. En la primera, analizo brevemente cuatro problemas básicos que no siempre han sido cabalmente distinguidos en el debate sartoriano. En segundo término, ofrezco una somera reconstrucción histórica de la constitución del campo de los estudios de política pública, a efectos de poner de manifiesto algunas similitudes y diferencias con el desarrollo del cauce principal de la ciencia política estadounidense. Por último, en las reflexiones finales, trato de integrar el análisis ofrecido en la primera parte con el desarrollo presentado en la segunda, de modo tal que se presentan como las dos pinzas de mi argumento principal: por un lado, el análisis crítico ofrecido por el profesor Sartori se aplica a algunos aspectos de los estudios de políticas públicas, pero no a todos; por otra parte, las críticas y propuestas sartorianas son hasta cierto punto adecuadas, pero también pecan de escaso realismo, y en cierta medida son insuficientes, toda vez que concentra su reflexión en los aspectos epistemológicos de los saberes sobre la política, y descuida en buena medida los aspectos político-institucionales, esto es, los canales yPage 13espacios efectivos de vinculación entre la producción de conocimiento y la toma de decisiones públicas.

¿Quo Vadis ciencia política?

Tal como ha sido planteado, el debate en torno al trabajo de Sartori encierra al menos cuatro cuestiones distintas, que al no distinguirse convenientemente han contribuido a enturbiar el entendimiento de lo que está en juego en la discusión. En principio, es necesario definir —aunque parezca un tanto obvio— de qué “ciencia política” estamos hablando; luego, hay que precisar cuál es el norte al que debería dirigirse (esto permite tener algún criterio para saber si avanzamos, retrocedemos, o nos hemos estancado); a continuación, se requiere esclarecer cuáles son los problemas que enfrenta la ciencia política (¿son un desvío o apenas una etapa subdesarrollada?), y finalmente, en el entendido de que somos partidarios de que la disciplina siga avanzando (o retome su marcha si es que se ha detenido o descarriado), corresponderá deli- near una nueva estrategia que favorezca el desarrollo del conocimiento científico de la política.2

En primer lugar, para el veterano profesor de Columbia no hay dudas del tipo de ciencia política que es objeto de su crítica: es la ciencia política “estadounidense”, y en tal sentido, el eje del artículo se concentra en “decir por qué no estoy a gusto con el molde estadounidense de la ciencia política actual” (Sartori, 2004: 349-350).

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Nacida en Europa hacia la década de los años 50, esa ciencia política pugnó de entrada por distinguirse de su herencia filosófica, jurídica o histórica (por ejemplo, representada por trabajos como los de Gaetano Mosca), y defendió su estatuto científico autónomo. Como es ampliamente reconocido, y él mismo se encarga de recalcarlo, el propio Sartori fue uno de sus padres fundadores, aunque hoy se halle parcialmente “arrepentido” de aquella vieja lucha, o quizá mejor, de sus estrechos resultados actuales en tierras norteamericanas. En esas lejanas batallas, el lado científico de la trinchera se identificaba con un tipo de investigación “cognitiva” más que “narrativa”, el desarrollo de un lenguaje “especializado” y la constitución de “bases metodológicas ad hoc” (Sartori, 2004: 350).

Claro que por la gran autopista conformada por estos carriles han discurrido otras variantes —notoriamente europeas, como reconoce Sartori, o latinoamericanas, como podríamos agregar nosotros— que no calcan al detalle el modelo estadounidense. Incluso en términos de nomenclaturas, tal como lo reconoce el autor de Ingeniería Constitucional Comparada, “los británicos generalmente han descartado la noción de ciencia política”, y se “aferran a la etiqueta de estudios políticos y/o de gobierno” (Sartori, 2004: 350).

En cualquier caso, ocuparse de la ciencia política estadounidense no es una trivialidad. Sartori asume de entrada que la Academia norteamericana es la “vanguardia” de la disciplina, y que su “poderosa influencia” se siente en la “mayor parte del mundo”, por lo cual, si la van- guardia pierde el rumbo, se corre el riesgo de mandar por camino a quienes vienen detrás.

El segundo punto por considerar se refiere al “modelo” a seguir por la ciencia política. En esta cuestión, Sartori sigue siendo fiel a sus lejanos orígenes, y tiene muchos seguidores que lo acompañan en la cruzada. A la pregunta acerca de qué tipo de ciencia puede y debe ser la ciencia política, el profesor ítalo-norteamericano contesta sin dudar: el modelo fue y es la economía.

Aunque el modelo por seguir indicaría el norte de la disciplina, es claro que no pueden pasarse por alto algunas diferencias notables, que Sartori se encarga de recordar, reconociendo las dificultades que enfren-Page 15ta desde el vamos el conocimiento científico de la política. Por un lado, el comportamiento económico se apega a un único criterio de identificación (la maximización del interés), mientras que en el comportamiento político no parece posible encontrar un principio único que guía la acción. Por otra parte, la economía opera con números reales (cantidades de bienes, monedas, tiempos de trabajo, salarios, etcétera), mientras que en muchos casos el estudio de la política debe asignar valores numéricos a procesos o decisiones con mayor o menor grado de arbitrariedad. Además, Sartori agrega un rasgo diferencial que se refiere a los supuestos epistemológicos propios del contexto histórico-intelectual de emergencia disciplinar:

La ciencia de la economía se desarrolló cuando se entendía muy bien que una ciencia necesitaba definiciones precisas y estables en su terminología básica y, de la misma manera, “contenedores de datos” estables que permitan una construcción acumulativa de información, mientras que la ciencia política estadounidense —aparecida unos 150 años después— rápidamente se encontró con los “paradigmas” de Kuhn y sus revoluciones científicas y alegremente entró en el emocionante pero insustancial camino de revolucionarse a sí misma más o menos cada quince años en la búsqueda de nuevos paradigmas, modelos y enfoques (Sartori, 2004: 350-351).

El tercer elemento del debate se refiere a los problemas (defectos, desvíos, o inmadurez) de la ciencia política en su versión estadounidense. Según como yo entiendo la crítica de Sartori, habría tres argumentos fuertes en contra de ese estilo de práctica científica. Puesto que el desarrollo de la argumentación sartoriana es un tanto disparejo e incompleto, voy a reordenarlo —con sus propias palabras— del siguiente modo:

  1. La ciencia política dominante ha adoptado un modelo inapropiado de ciencia (extraído de las ciencias duras, exactas);

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  2. Ha fracasado en establecer su propia identidad (como ciencia blanda) por no determinar su metodología propia. Este punto Sartori lo despliega a su vez en tres sub-argumentos, al señalar que la disciplina ha buscado —hay que entender, vanamente— su identidad en ser:

    1) anti-institucional y, en el mismo sentido, conductista. Pero la política es una interacción entre el comportamiento y las instituciones (estructuras) y, por tanto, ese conductismo ha matado una mosca con una escopeta, y en consecuencia, exageró;

    2) progresivamente, tan cuantitativa y estadística como fuera posible. Pero ese cuantitativismo, de hecho, está llevando a la disciplina por un sendero de falsa precisión o de irrelevancia precisa;

    3) dada a privilegiar la vía de la investigación teórica a expensas del nexo entre teoría y práctica: al no lograr confrontar la relación entre teoría y práctica hemos creado una ciencia inútil.

  3. La ciencia política no sólo carece de método lógico; incluso ignora la lógica pura y simple.

    En su exposición, Sartori le dedica algún espacio a discutir el subargumento (b-3) y el argumento (c), pero no desenvuelve claramente su razonamiento en los otros casos, más allá de enunciar sus posiciones de manera resumida y categórica, y de señalar que esas críticas; por ejemplo a (b-1) y (b-2), son muy conocidas, y en consecuencia las pasa por alto.

    En el caso del sub-argumento (b-3), Sartori señala que la ciencia política se ha desenvuelto básicamente en su dimensión “pura”, “que ha perdido —o incluso ha descartado— su rama aplicada”, y por tanto, la “ciencia política es una teoría sin práctica, un conocimiento tullido por una falta de ‘saber cómo hacerlo’”, en definitiva, “es una ciencia en gran medida...

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