Pyongyang, el espejismo capitalista

AutorAdrián Foncillas

PYONGYANG.- Ri Ryong-woo, estudiante de finanzas, de 24 años, lleva anteojos Ray-Ban y un pin con su "Querido Líder" en la solapa de su chaqueta italiana. Acaba de regresar a la capital norcoreana después de residir dos años en Beijing y degusta un capuchino que cuesta la mitad de un salario medio en una cafetería de maderas nobles, refinados sofás y esculturas romanas con ese aire burgués decadente de las capitales centroeuropeas.

"Todo cambió. Calles, edificios, parques... Me preguntaba si éste era realmente mi país. Aquí no me falta de nada", asegura.

Y puntualiza: "Cambia a la velocidad de Malima", aludiendo al caballo mitológico coreano con el que el gobierno meta-foriza su desarrollo económico.

El ambiente capitalista impregna estos días Pyongyang. Abundan los restaurantes en las plantas bajas, quioscos con jugos y refrigerios salpican las calles y mastodónticos complejos para el ocio, con piscinas o boliches, se han levantado en los últimos años.

Las grúas y las inauguraciones de viviendas y calles evidencian el boom constructor. La noche ya no condena a la oscuridad absoluta, los cortes de electricidad se espacian y las que eran calles vacías muestran hoy un respetable tráfico.

Las incipientes reformas se abren paso en ese fósil de la Guerra Fría que oficialmente sigue abrazado a la apolillada filosofía juche, o de autosuficiencia, que acuñó siete décadas atrás Kim II sung, fundador del país.

El proceso es conocido en el mundo comunista: un gobierno paternalista ya no puede cubrir las necesidades de su población y debe elegir entre dejarla morir o abrir la mano. Corea del Norte era, en 1940, el país más industrializado de Oriente, sólo superado por Japón; en 1970 aún superaba a su vecino del sur. Pero la gestión irresponsable y el ingente gasto militar deterioraron la economía hasta que las catastróficas hambrunas de los noventa dejaron unos 600 mil muertos, según estimaciones conservadoras.

La pura supervivencia estimuló la aparición de precarios mercados negros donde se malvendía cualquier bien familiar para comer un día más. Y acabadas las hambrunas, los mercados permanecieron.

La vacilante política de Kim Jong-il subrayó su desconfianza hacia esos atentados contra las esencias. Toleró el menudeo e incluso lo legalizó en 2002 para prohibirlo tres años después. Lo que ocurre hoy se explica por el último y calamitoso intento serio de controlar las fuerzas del mercado. Ocurrió en 2009: el gobierno prohibió la moneda extranjera...

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