PVEM: depredador y parásito en el ecosistema político

AutorPaula Sofía Vásquez Sánchez y Juan Jesús Garza Onofre

Al momento de poner punto final a este libro, el Partido Verde nos regala un último culebrón en tres actos. Primer acto: casi imperceptiblemente, al momento de refinar la reforma política propuesta por el presidente de la República, el Verde incluyó en el dictamen- una cláusula que le permitiera lo único que le falta por conquistar, una vida eterna que no dependa del electorado, sino de la habilidad de sus dirigentes para negociar alianzas.

Gracias a la labor de escrutinio de los ciudadanos (estamos seguros de que, en medio de la obsesión y la necesidad de los aliados del Verde por cumplirle al presidente, esta adición habría pasado de noche), este pequeño detalle fue detectado y, después de una nueva negociación, los verdes aceptaron retirar la cláusula. Como trasfondo, el Verde anuncia su indecisión por ir en alianza con Morena en los procesos electorales de este año, Coahuila y el Estado de México. El primero, una entidad donde el PT ya va solo y la asistencia de los ecologistas parece indispensable. El segundo, un lugar donde, a raíz de sus años de rémoras del priismo, los del tucán tienen una estructura electoral que Morena necesita. Finalmente, lo de siempre, los verdes anuncian con fanfarrias que sí van en alianza con Morena, mientras la reforma aún no ha sido aprobada.

Segundo acto: Quintana Roo se encuentra en medio de una crisis que afecta su ingreso número uno, el turismo, debido a la entrada de servicios de transportación por medio de aplicaciones, autorizados gracias a una acción judicial. Durante ya varias semanas, los taxistas han bloqueado las principales avenidas de los puntos turísticos, acosado e incluso violentado a turistas al grado de que Estados Unidos emitió una alerta de viaje a la entidad al considerar que la situación es riesgosa para los visitantes extranjeros. El gobierno del estado, encabezado por Mara Leza-ma y respaldado por los verdes, quienes tienen en los taxistas a más que aliados, ha sido penosamente indolente.

Tercer acto: en medio de la adelantada, ilegal y confrontativa designación del candidato presidencial de Morena, el Partido Verde aprovechó la celebración de su sesión plenaria para llevarle mariachis a su otrora diputado y hoy corchola-ta, Marcelo Ebrard. Sin embargo, ni tardos ni perezosos, al día siguiente refrendaron su apoyo a la otra corcholata, Claudia Sheinbaum, frente a los ataques que ha recibido en los últimos días por su gestión al frente de la Ciudad de México.

Los tres actos juntos nos pintan cuerpo entero al Partido Verde, su modus operan -di, sus fines y también su éxito. Un partido que, tal como su fundador deseó, pero en la materialización más perversa posible, sin ningún empacho traicionará hasta a sus amigos si le conviene y que hará de su necesidad, virtud. Un partido que, desde el gobierno y desde cualquier espacio que ocupe, trabaja única y exclusivamente para sí mismo y siempre pondrá primero, en medio y después, revestidos del discurso que sea necesario, la defensa y el avance de sus intereses, sean éstos políticos, económicos o personales, antes que el bien común. Un partido que, sin ningún tipo de vínculo, ética o ideología, no tiene pudor y le hace la barba de manera evidente tanto a un posible candidato como a otro, con menos de 24 horas de diferencia, evidenciando que, como siempre, lo único que le interesa es no perder sus privilegios, su poder, nunca. Más allá de sus spots, más allá de sus promesas de campaña (por impresentables que sean) más allá de las iniciativas que presenten y las que respalden, esto es el Verde: un partido mercenario que lleva casi cuatro décadas siendo el negocio más rentable de nuestra democracia.

Con capital semilla pagado...

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