Propuesta tributaria: acertada en los fines, errada en los medios

AutorMauro González Luna

Después, en otra ocasión, visité a Alfonso Ramírez Cuéllar en el reclusorio donde estuvo como preso político un breve tiempo. Y finalmente presenté una iniciativa de ley en la Cámara de Diputados, donde propuse una moratoria y quita de adeudos para enfrentar la voracidad habitual de la banca.

Ahora, pasado el tiempo, soy adversario de la política del gobierno. Son reprobables entre otras muchas cosas: la militarización de la seguridad pública, fallido experimento ese del calderonismo, causante de una crisis humanitaria sin precedente; la prisión preventiva oficiosa, que vulnera el principio sagrado de presunción de inocencia; el errático enfrentamiento de la pandemia, en un principio desdeñada, con graves carencias en hospitales públicos provocadoras de reclamos cotidianos de médicos y enfermeras; el desmantelamiento sistemático de organizaciones autónomas e intermedias, muy útiles para el pluralismo, para el pueblo, sus mujeres y niños, a pesar de sus corregibles flaquezas institucionales.

Son criticables también: la falta de apoyo real y suficiente a las medianas y pequeñas empresas en plena pandemia; la subordinación del régimen federal a los dictados del trumpismo en el trato inhumano a los migrantes pobres, con motivo de amenazas económicas superables por vías legítimas con base en recursos legales disponibles en tratados comerciales, como lo han hecho otros países; la concentración inaudita de poder; el desprecio cotidiano de la realidad y de la Constitución; la defensa de un sistema tributario neoliberal que castiga a la clase media y favorece a la más alta de las altas.

Sin embargo, al margen de mi oposición a dicha política morenista, debo reconocer que Ramírez Cuéllar tiene razón en los fines justos de su propuesta tributaria. El fin todo lo aclara, dijo una vez Santo Tomás de Aquino.

Alfonso fue y es ave de tempestades. Hoy lo es con su propuesta sobre el tema de desigualdad brutal y el imperativo de gravar la riqueza de los más pudientes. Propuesta que causó escándalo mayúsculo y rasgadero de vestiduras a diestra y siniestra. Acertó sin duda él en los fines, pero erró en los medios. Y al hacerlo, los fines justos de la propuesta -la genuina progresividad tributaria y gravar la riqueza inmensa de los más ricos- pasaron a la sombra en el ánimo suspicaz de la opinión pública, sepultados por los medios sugeridos al referirse indebidamente y sin necesidad al Inegi.

La medición de la riqueza está ya en manos hacendarias. Lo que no...

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