A propósito de entronizaciones

AutorSamuel Máynez Champion

Federico El Grande ascendió al trono en 1740 en medio de una severa crisis política originada, en buena medida, por la indefensión de su desmembrado reino ante la avidez expansionis-ta de las potencias europeas de la época; y a eso se añaden las guerras intestinas libradas contra los demás principados germanos. Hay que recordar que en ese tiempo Alemania todavía no existía y que los Estados que se erguían como potencias eran Francia, Austria, Rusia e Inglaterra. Por otro lado, Prusia ocupaba entonces un pequeño territorio, bastante pobre en cuanto a recursos naturales, y disponía de un exiguo desarrollo agrícola debido a la gran cantidad de pantanos y marismas que lo componían. Un provincianismo extremo, amén de una población mal alimentada y con serias carencias educativas, completan el cuadro, al punto que no debe sorprendernos que se le mentara como "Estercolero del Sacro Imperio Romano Germánico".

Antes de mencionar las acciones emprendidas por el monarca en aras de consolidar su reino y de revertir la precariedad con que le fue otorgado, tenemos que apuntar algunos antecedentes que nos ayudarán a situarlas en perspectiva. No obstante haber sido primogénito de Federico I, un rey autoritario que cifró su poderío básicamente en la fuerza de su milicia, Federico hijo recibió una sólida instrucción humanista en la que descollaban, por insistencia de su madre, la filosofía, la literatura y, de modo particular, la música. Aunque su progenitor no lo aprobase del todo, el desarrollo intelectual de su vastago, unido a su creciente involucramiento con el quehacer musical, forjaron su carácter y, a la larga, serían los ejes sobre los que avendría la notabilísima evolución de Prusia, hasta convertirse en la cabeza del imperio que un siglo más tarde reunificaría Bismark y que ya desde mediados del siglo XX vendría a considerarse como una de las naciones económica y culturalmente más poderosas del planeta.

Aquí debemos consignar un hecho sangriento que retrata con nitidez la mentalidad paterna -también la mentalidad teutona- y la aguda conciencia del joven príncipe. Con un hartazgo inmenso, dadas las exigencias de tener que comportarse siempre como un especialista en tácticas militares y, peor aún, imaginando la terrible responsabilidad que implicaba asumirse como un líder infalible, el joven intentó huir hacia Gran Bretaña, apenas cumplidos los 18 años, en compañía de un amigo, pero la deserción fue abortada con las consecuentes puniciones. De...

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