La proporción que olvidamos

AutorJavier Sicilia

Aunque la Iglesia como institución ha custodiado esa fe, y el Occidente, en su versión laica -el Estado y sus servicios-, es hijo de ella, en realidad la han corrompido. Intentando vincular lo innatural, el poder del Imperio Romano, que imitaba el poder de los dioses, con el amor del Pobre de Nazaret, introdujeron en el mundo de manera brutal lo que para los griegos era el mal y, para la noción de la Encarnación, la negación del Dios hecho carne: la desmesura, la desproporción, la idea de que hay una omnipotencia que, expresada en el poder, ya sea de la Iglesia o del Estado, y su recurso al dinero, puede traer la salvación al mundo.

Esa salvación, precisamente por recurrir al dinero, que permite diversificar las estructuras de poder, se ha convertido lentamente no en un vínculo de proporción con otros y con el mundo o, en otras palabras, en un equilibrio que incluye la precariedad de lo humano y del mundo, su pobreza, sino en una fuerza que puede romper esa precariedad y darle bienestar y riquezas a todos; salvarlos de su precariedad.

Hoy en día la riqueza, que se convirtió en el paradigma del amor y de la salvación -sólo quien es rico, dice el Estado, respaldado por la Iglesia institucional, puede ayudar, porque sólo quien es rico puede generar fuentes de empleo y de riqueza para salvar a los seres humanos de su precariedad-, ha llegado a grados terribles de degradación en donde el poder y la misma riqueza se han vuelto el absoluto de la existencia. En nombre de ella, el mundo y los seres humanos se han convertido en pura instrumenta-lidad, en seres administrados al servicio del poder y la riqueza. Por la fuerza implacable del amor que quiere salvar a la humanidad de su precariedad, los seres humanos, paradójicamente, nos hemos convertido en precariedad absoluta.

La noción de riqueza, para hacerla más cercana a nuestras categorías laicas, la podemos encontrar en la manera en la que hoy se mide: en valores acumulados, es decir, en mercancías de consumo. Una noción que muy pocos cuestionan y que, sin embargo, hace que haya, como dice Jean Robert, "cada vez más cosas útiles en las bodegas y gente inútil en la calle", o, mejor, gente vuelta inútil y utilizada para fabricar esas mercancías o simplemente para envidiarlas, gente expropiada de sus poderes de palabra y de acción, gente pauperizada que se vuelve ejército de reserva de la delincuencia o de la explotación de las empresas, gente que ha sido reducida a mercancías uti-lizables, que...

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