La praxis en la filosofía de Adolfo Sánchez Vázquez

AutorMaría Rosa Palazón Mayoral
CargoInvestigadora del Instituto de Investigaciones Filológicas (UNAM), profesora de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM
Páginas237-256

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Introducción

Adolfo Sánchez Vázquez es un filósofo prolífico que ha afinado sus argumentaciones a lo largo de muchos años. Fiel a su convicción libertaria, elevó constantemente su voz de protesta porque, dice, lo importante es cómo se está en la Tierra. En 1961, presentó como tesis doctoral la que considera su obra mejor, Filosofía de la praxis, cuyo examen ha ganado records en duración y objeciones, fue una "batalla campal de ideas" (Sánchez Vázquez, 2003: 39). Desde entonces, una de sus ambiciones ha sido que se supere "el dogmatismo y la esclerosis que durante largos años había mellado el filo crítico y revolucionario del marxismo" (Sánchez Vázquez, 1985: 11). Editó la Filosofía de la praxis en 1967; tras numerosas Page 238 reimpresiones, tal "filo crítico" lo obligó a que en la reedición (1980) eliminara planteamientos suyos, que ya no compartía, sobre la esencia y la enajenación humanas para adentrarse en las propuestas filosóficas y económicas del joven Marx. Y este proceso de revisión no lo termina sino hasta la última edición (2003), donde rehace y precisa la absolutización del proletariado como la clase mayoritaria que dominará la Tierra y protagonizará el derrumbe del capitalismo, así como su animadversión por la palabra "utopía", heredada de los ataques que escribió este mismo filósofo alemán contra los llamados socialistas utópicos y, por último, deja atrás su antigua pasión concordante con los resabios positivistas del Marx engolosinado con la palabra "ciencia" (y su método nomológico-deductivo, o según cuantitativas leyes probabilísticas), que a lo largo de los siglos XIX y parte del XX se concibió como la poseedora de la Verdad, con mayúsculas, que antes detentaba como suya la religión. Tampoco Sánchez Vázquez cree que la historia universal transcurra linealmente por las mismas fases o estadios, sino que las marchas históricas son complejas y, en buena parte, únicas. Por si fuera poco, el parteaguas de la invasión de Checoslovaquia por el Pacto de Varsovia, aparejado con los movimientos estudiantiles democratizadores, que en 1968 repudiaron el marxismo-leninismo dogmático, le han enseñado a dudar, a criticar (Sánchez Vázquez, 2003: 38) y auto-criticarse, como demuestra en Ciencia y revolución (el marxismo de Althusser), Filosofía y economía en el joven Marx (los Manuscritos de 1844) y en su Ética.

Este filósofo hispano-mexicano ha llegado a la conclusión de que el pensamiento de Marx más vigente es estructuralista o, mejor, sistémico: "una concepción estructuralista de la historia" (Sánchez Vázquez, 1985: 24) que considera la realidad social como totalidad o conjunto estructurado de manera tal que, si se altera una parte, se altera el todo. Luego, han de estudiarse los vínculos del todo con sus partes y viceversa. En cada conjunto estructurado existen normas jerárquicamente determinantes (que los estructuralistas y Marx llamaban "sistema"), aunque tales normas son heterogéneas y hasta incoherentes, razón por la cual, gracias a su puesta en práctica, ninguna sociedad permanece estable. Sin embargo estas contradicciones del código son sus modos normales de operar: no operan como una máquina coordinada a la perfección, sino que el orden prevaleciente sufre alteraciones sustanciales (en un tiempo histórico largo Page 239 o corto). Así, no basta analizar nuestras organizaciones sociales mediante cortes sincrónicos ensimismados en la realización de un código, sino preocuparse por entender cómo se rompe su relativa estabilidad, y cuáles son la génesis y los procesos evolutivos de un nuevo orden bajo otras normas, esto es, entender la historia o, si se prefiere, la diacronía. Las normas, una abstracción explicativa, no se cambian a sí mismas (no son seres vivos); sus cambios se deben a los comportamientos de personas que pudieron señalarse (aunque ahora desconozcamos su nombre). Al estudiar cada sociedad, se jerarquizan los factores determinantes de los procesos históricos y a los individuos o agentes del cambio (con frecuencia las autoridades políticas máximas no son las más influyentes). Por ende, enfocar sincrónicamente el código como si careciera de alteraciones profundas es una hipóstasis. Tampoco el carácter histórico de la realidad en cuestión es aislable de su origen y desenvolvimiento. Algunos trabajos no se interesan por los aspectos diacrónicos: "La prioridad del estudio de las estructuras sobre su génesis y evolución es innegable cuando la investigación se propone hacer la teoría de un sistema o todo estructurado" (Sánchez Vázquez, 1985: 29). Pero cualquier teoría completa requiere observar lo fáctico: es menester que repare en la unicidad histórica concreta. El marxismo, una filosofía para el cambio, tiene que alejarse de abstracciones ontologizantes que nada explican de la vida y las vivencias que han ocurrido o pueden ocurrir en un espacio-tiempo, y saber que cada fenómeno histórico tiene un carácter singular, irrepetible. Por ejemplo, si los Estados son instrumento de las clases dominantes, en el capitalismo han existido los bonapartistas, cuya tendencia es mediar entre los que existen bajo su jurisdicción. En el caso de nuestra América, siempre con una vocación antiimperialista, tenemos a Lázaro Cárdenas en México; Arbenz en Guatemala; el primer Cheddi Jagan en La Guyana; Torrijos en Panamá, Goulart en Brasil... El marxismo se nutre con la historia para enriquecer las teorías que perduran y desechar aquellas que no están a la orden del día.

Sánchez Vázquez sostiene su perspectiva de la praxis como categoría central del marxismo:

Seguimos pensando que el marxismo es ante todo y originariamente una filosofía de la praxis, no sólo porque brin- Page 240 da la reflexión filosófica de un nuevo objeto, sino especialmente por "cuando de lo que se trata es de transformar el mundo" forma parte como teoría, del proceso mismo de transformación de lo real. (Sánchez Vázquez, 1980: 12)

Proceso interminable. En suma, para nuestro filósofo -nacido en Algeciras, España, y nacionalizado mexicano-, el marxismo es una nueva praxis de la filosofía y una filosofía de la praxis.

Filosofía de la praxis consta de dos partes. Una, las fuentes filosóficas fundamentales para el estudio de la praxis, subdividida en cuatro capítulos sobre la concepción de la praxis en Hegel, Feuerbach, Marx y Lenin. Y dos, siete capítulos acerca de problemas en torno a la praxis: qué es; su unidad con la teoría; la praxis creadora y la reiterativa; la espontánea y la reflexiva y su mezcla para alcanzar éxito (suele ocurrir que la praxis revolucionaria espontánea tiene una baja o ínfima conciencia de lo que socialmente quiere y debe ser, o es tan reiterativa que puede derrocarse con relativa facilidad: la praxis es crítica de la realidad, y autocrítica, porque no existen privilegiados jueces del conocimiento, y la crítica trabaja en conjunción con el comportamiento preventivo lleno de valores y conciencia de clase. Además, hay un capítulo sobre praxis, razón e historia, y otro sobre praxis y violencia. Termina con unas conclusiones (aquí no respetaremos este orden y, para destacar las tesis de Sánchez Vázquez, omitiremos sus apuntes sobre las evoluciones en la obra de Marx: su paso del trabajo enajenado al descubrimiento de las fuerzas de producción enlazadas a las relaciones de producción, su llegada a la concepción materialista de la praxis y su dimensión histórico-social, así como su teoría de la acción para los revolucionarios, o sea, que haremos caso omiso de las teorizaciones de Marx que, al madurar, presentaron discontinuidades que las enriquecieron).

Analogías de la praxis con la actividad práctica

En primera instancia, el concepto de praxis es, afirma Sánchez Vázquez, una actividad práctica que hace y rehace cosas, esto es, que trasmuta una materia o una situación. Según sus etimologías griegas, explícitas Page 241 en Aristóteles, praxis es el fenómeno que se agota en sí mismo; si engendra una obra, es poiesis, o creación. Tal distinción es abandonada por nuestro autor, porque el uso de poiesis se ha restringido a lo artístico, mientras que en el término "praxis" caben todos los campos o áreas culturales y las obras, porque es "el acto o conjunto de actos en virtud de los cuales el sujeto activo (agente) modifica una materia prima dada" (Sánchez Vázquez, 1980: 245). Su significado no se constriñe, pues, ni a lo material y ni a lo espiritual, y únicamente entraña un trabajo creador.

La práctica humana revela funciones mentales de síntesis y previsión, afirma Marx en su Tesis I sobre Feuerbach: como actividad previsiva, ostenta un carácter teleológico o finalista: la actividad práctica se adecua a metas, las cuales presiden las modalidades de actuación (los actos de esta índole se inician con una finalidad ideal y terminan con un resultado). Lo dado en la praxis es el acto más o menos cognoscitivo y sin duda teleológico. El agente modifica sus acciones para alcanzar el tránsito cabal entre lo subjetivo o teórico, y lo objetivo o actividad: su obrar revela que la realización actualiza el pensamiento, o potencial-concreto-pensado. Ahora bien, el calificativo de actividad práctica no especifica el tipo de agente (un fenómeno físico o biológico, un animal o un humano) ni la materia (un cuerpo físico, un instrumento o una institución, por ejemplo), solamente se opone la pasividad y subraya que debe tener efectos, hacerse actual. Como actividad científica experimental, los objetivos de la praxis son básicamente teóricos. Ahora bien, Sánchez Vázquez destaca la praxis política, a la vez activa y pasiva o receptora, que se realiza desde el Estado o desde los partidos políticos. Y destaca la praxis social...

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