Límites y posibilidades de la ciudadanía y la representación en el proyecto de ampliación y profundización de la democracia en América Latina entrevista a Alberto Olvera

AutorÁngel Sermeño
CargoMaestro en Ciencias Políticas. Correo electrónico: «angelsermeno@yahoo.com.mx»
Páginas169-186

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Alberto Olvera fue director y es actualmente investigador titular del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales de la Universidad Veracruzana. Es Doctor en Sociología por la New School for Social Research de Nueva York; miembro del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2, y de la Academia Mexicana de Ciencias. Ha sido profesor invitado en universidades de México, Brasil y Colombia e investigador invitado en las Universidades de California, San Diego y York, Canadá. Alberto Olvera es un especialista en el tema de la sociedad civil, tanto desde una perspectiva teórica como en el análisis empírico del caso mexicano. Desde el estudio de la sociedad civil, sus intereses intelectuales se amplían hacia las temáticas de la participación ciudadana, el control social del ejercicio de gobierno, la transparencia y la innovación institucional y la rendición de cuentas. Los libros coordinados por él son auténticos referentes a escala latinoamericana en cuanto a la renovación e innovación del discurso y la práctica democráticos en dimensiones que trascienden la arena electoral. Entre estos cabe citar: La sociedad civil de la teoría a la realidad (1999), México: COLMEX; Sociedad civil, espacios públicos y democratización en América Latina (2003), México: Fondo de Cultura Económica; La disputa por la construcción democrática en América Latina (2006), México: Fondo de Cultura Económica/Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología/Universidad Veracruzana (co-coordinado junto con Evelina Dagnino y Aldo Panfichi); Democratización, rendición de cuentas y sociedad civil: de la participación ciudadana al control civil (2006), México: Miguel Ángel Porrúa/Centro de Investigaciones y

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Estudios Superiores en Antropología/Universidad Veracruzana, 2006 (co-coordinado junto a Ernesto Isunza). Como activista civil, Alberto Olvera ha sido miembro de la Coordinación Nacional de la Alianza Cívica (1995-2001) y del Consejo Técnico Consultivo de la Ley Federal de Apoyo a las Organizaciones Civiles (2004-2006), así como del Comité Técnico de Educación Cívica del Instituto Federal Electoral (2004). La presente entrevista fue realizada el 14 de octubre de 2008 en la ciudad de Xalapa, Veracruz, México.

-Robert Dahl afirma, en La democracia y sus críticos, que la teoría democrática es una suerte de territorio finito en sus contornos, pero en cierto sentido inabarcable en su reflexión y estudio. Opera, dice, al estilo de una cinta de moebius que induce la sensación de infinito. Así que propongo, para efectos operativos, concentrar esta entrevista en torno a dos dimensiones muy concretas de la democracia, a saber: la representación y la ciudadanía.

Bien a bien, no me decido por dónde empezar. Trato rápidamente de explicarme. Con el tema de la representación apuntamos a un universo de problemas vigentes y medulares para la teoría democrática que se concentran en la dimensión de la mediación entre sociedad y Estado o sistema político. Tal mediación hoy día no está libre de graves distorsiones que afectan a todo el concepto y sentido de la representación política. Por ejemplo, a los partidos políticos hoy se les achaca que se han vuelto maquinarias oligárquicas estatalizadas que secuestran a la política de la ciudadanía; y al Parlamento, que representa los intereses corporativos de los grupos de interés y no los genuinos intereses de la sociedad. Entonces, la -así podemos ya llamarle- crisis de la representación implica una revisión de los espacios y las formas de la participación política ciudadana. Y esto, en sí, es todo un universo problemático y complejo.

Con el tema de la ciudadanía, en cambio, nos adentramos a un territorio donde muchos de los estudios de los problemas de la democracia parecen querer encontrar las respuestas a sus muchos dilemas. No en balde la ciudadanía ha pasado de ser un tema marginal a, me parece, uno de los temas más socorridos dentro de la amplia agenda

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de cuestiones que atraviesan el discurso democrático, a saber: su vínculo con la importancia de las identidades colectivas y la capacidad de movilización inherente que las identidades poseen; su relación con la justificación de los derechos y en especial la manera como promete redimensionar la justificación de los derechos sociales; su aporte al renacimiento del republicanismo clásico en la teoría democrática contemporánea y, en concreto, su importancia para proponer soluciones normativas a la participación política de calidad a través de la educación para la ciudadanía y la cuestión del ejercicio de virtudes cívicas.

Así que, entonces, ¿por dónde comenzamos? Bueno, en realidad, podemos intentar un abordaje simultáneo. Pero antes, ¿tú cómo ves la conexión entre estos dos temas: representación y ciudadanía, y la cuestión sobre el estado del discurso democrático?

-Obviamente son temas vinculados, pero no pertenecen al mismo ámbito problemático. La ciudadanía podemos comprenderla como el proceso a través del cual los sujetos de la democracia se construyen. La ciudadanía ha sido objeto de análisis diversos en tiempos recientes; por ejemplo, y paradigmáticamente, el "Informe sobre La democracia en América Latina", coordinado por Guillermo O´Donnell y publicado en 2004,1 que justamente se centra en una crítica de lo que él llama la "ciudadanía fragmentada", que caracteriza a los países de América Latina. Al hablar de ciudadanía fragmentada, O´Donnell alude al hecho de que los derechos civiles, políticos y sociales son ejercidos de una forma altamente diferenciada entre los ciudadanos de América Latina, configurándose una enorme desigualdad entre ellos. Este hecho es el resultado de una forma precaria de la implantación democrática en la región.

La democracia presupone teóricamente que hay un agente, el ciudadano, que es capaz de tomar decisiones por sí mismo y ejercer sus capacidades racionales en la esfera pública. Sin embargo, si ese

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ciudadano carece de la protección jurídica e institucional necesaria para actuar como un agente autónomo, es evidente que se incumple el principio fundamental de la democracia.

El acceso desigual a los derechos para diversos tipos de ciudadanos nos indica que, a pesar de que en América Latina se han constituido en los últimos 20 años gobiernos democráticos, los derechos de ciudadanía son en verdad precarios y desiguales. Los derechos civiles son en la práctica negados para una importante proporción de la población. Los derechos sociales son escasos y de difícil acceso para las mayorías, además de políticamente condicionados en mayor o menor escala. La ciudadanía política, basada en el único derecho universal realmente existente en la región, el derecho de votar, queda en un estado de extrema precariedad, dado que los sujetos de la democracia, los ciudadanos, dependen de actores políticos para poder acceder a derechos fundamentales que deberían estar disponibles de manera universal. Este problema de la ciudadanía configura un espacio discursivo y analítico que pertenece al ámbito de las promesas incumplidas del Estado democrático.

Los problemas de la representación contemporánea son de una naturaleza distinta, aunque por supuesto hay que leerlos a la luz de los déficits de la débil constitución ciudadana que acabo de mencionar. La llamada crisis de representación tiene que ver con diversos tipos de problemas que confronta la operación de la democracia contemporánea; algunos de ellos son generales a todas las democracias, y otros son particulares a las democracias imperfectas de América Latina.

Los problemas generales de las democracias tienen que ver con la creciente pérdida de credibilidad de los partidos políticos, que se expresa a su vez como un problema de legitimidad, dada la creciente dilución de las fronteras ideológicas de los partidos y la insatisfacción de los ciudadanos con las funciones reales y el desempeño de sus representantes electos. La representación política autorizada y legitimada por la vía de las urnas está hoy en crisis porque los partidos han perdido el tipo de vínculo orgánico que tenían con la sociedad civil. En las democracias europeas occidentales de postguerra había una relación clara entre clases sociales, organización social y partido político, o sea un vínculo más o menos orgánico entre una estructura de clase, una

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estructura de organizaciones asociativas y los partidos políticos que expresaban, además, proyectos ideológicos. En México, el sistema corporativo jugó un papel similar, pero en modo autoritario, lo cual trajo consigo la anulación de la ciudadanía. Pero el capitalismo contemporáneo ha diluido el concepto de clase obrera, ha diversificado el concepto del empresariado y constituido una pléyade de categorías sociales no asimilables a las viejas estructuras de clase, por lo que las relaciones históricas entre clase, organización y partido han desaparecido.

No ha sido posible reconstituir este vínculo en nuevas formas, por lo que todos los partidos políticos han copiado las prácticas norteamericanas y han adoptado un perfil mediático y propagandístico, deviniendo catch all parties, y en esa medida se han convertido más en partidos de líderes y menos en partidos orgánicos que expresen un proyecto político específico.

Ese es un problema general de las democracias del mundo, pero en el caso de América...

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