Política y corrupción

AutorEnrique Maza

El descubrimiento y la denuncia recientes sobre el fraude multimillonario de Pemex y la campaña política del PRI, que esperamos se lleve hasta el final, sólo se asoma a las catacumbas de la corrupción política de México.

No podemos jugar al equívoco de que la corrupción política, en sociedades como la nuestra y a principios de siglo, es una irregularidad o una opción perversa de sujetos concretos del sistema; de que bastaría una moralización ascética de quienes viven de la política para que se remedien las anomalías y tengamos, por fin, el mundo paradisíaco que soñamos. Nuestras sociedades de mercado no sólo no son pulcras, distan mucho de ser aceptablemente decentes.

La corrupción política se da cuando un individuo o un grupo pone sus intereses personales sobre los intereses del pueblo y los ideales que se ha comprometido a servir. Sus formas pueden variar desde lo trivial hasta lo monstruoso. Hay corrupción cuando las personas se enriquecen a costa de las arcas públicas; cuando el poder se utiliza de formas ilícitas para provecho propio, para venganzas personales, para chantaje, para favorecer a alguien por razones de parentesco, de amistad, de interés; cuando el poder se compra y se vende; cuando se abusa del poder, cuando se le distorsiona, cuando se retrasa para hacer justicia. Todo lo que atenta contra el ordenamiento establecido o el interés público es corrupción legal, ética, moral o económica.

En estas sociedades nuestras donde lo electoral sólo puede ser regido desde inmensas empresas mediáticas y publicitarias, la corrupción política es un simple pleonasmo. Ningún partido político podría financiar sus costos administrativos, publicitarios, operativos y de campaña por sus propios medios y con una contabilidad limpia. Todas las campañas electorales desde la Revolución Mexicana hasta estos días, por no ir más atrás, han constituido la más estricta ilegalidad financiera, sobre la que se han erigido nuestros gobernantes de hecho. Ya están saliendo los trapos sucios de la campaña de 2000. Faltan muchas cosas por saber, si es que llegamos a saberlas. El costo real de las gigantescas campañas publicitarias llamadas electorales, a las que ha quedado reducido el juego democrático, es corrupción.

La corrupción política se produce en un sistema en el que actúan los individuos corruptos: dos dimensiones y dos visiones interesadas y socializadas, la pública y la privada, la funcionalidad del sistema y la racionalidad del individuo. Desde el...

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