Recomposición del poder mundial

AutorOlga Pellicer

Los Estados Unidos y países miembros de la Unión Europea no reconocen la validez jurídica de la anexión. Se han pronunciado, por lo tanto, a favor de la imposición de sanciones económicas a Rusia; de su parte, Alemania ha decidido suspender la cooperación militar con ese país. Según declaraciones, las represalias irían en aumento en caso que Putin incursione militarmente en el este de Ucrania o insista en la deslegitimación y acciones para el debilitamiento del actual gobierno de Kiev. Ahora bien, la imposición de sanciones, sus características y alcances no son asunto fácil para los países involucrados; tampoco lo es valorar los costos políticos y económicos en que incurren tanto quienes las aplican como quien las recibe.

En Estados Unidos el asunto es crucial para el presidente Obama. La crisis de Crimea viene a dar mayores argumentos a sus feroces opositores en el partido republicano, quienes consideran su política exterior errática, titubeante y motivo para la pérdida de prestigio de Estados Unidos en el mundo. Desde su perspectiva, el desdeño con que ha contemplado Putin a Estados Unidos se origina en los errores de Obama; tal punto de vista será utilizado para debilitar aún más al Ejecutivo y prepararse para ganar terreno en las elecciones intermedias que se avecinan. Esto no significa, sin embargo, que Obama tenga mucho campo de maniobra para actuar de otra manera.

Forzar la dureza en materia de sanciones, que los republicanos exigen, es algo que Estados Unidos no puede decidir sin tomar en cuenta la opinión de los países europeos. Allí la situación es distinta, en parte por los vínculos económicos más importantes que existen con Rusia, en parte por la dependencia de Europa occidental de los hidrocarburos procedentes de ese país. Para los europeos, el acento debe estar en la negociación diplomática, es decir, el diálogo entre el gobierno de Rusia y el de Ucrania por una parte, y, por la otra, entre los principales líderes del mundo occidental y Putin.

Hasta ahora, la actitud de Putin, reflejo de su personalidad y bien conocida exaltación del nacionalismo ruso, ha sido la de colocar al mundo frente a decisiones tomadas e implementadas con notable rapidez. Su ya famoso discurso del 18 de marzo revela hasta dónde la legitimidad de tales acciones descansa en una serie de resentimientos y agravios que Rusia, en palabras de su dirigente, ya no está dispuesta a tolerar.

Los efectos positivos de ese discurso reivindicatorío tienen un límite...

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