Contra los partidos

AutorJavier Sicilia

Los partidos políticos, que los regímenes democráticos consideran la panacea de la democracia y sin los cuales, se dice, no existe la vida política, nacieron, recuerda Weil, en la aristocracia inglesa. Al principio, los revolucionarios franceses, que nos darían las democracias modernas, los veían "como un mal que había que evitar". Sin embargo, bajo la pasión de la guerra y de la guillotina, los clubes jacobinos, que en sus inicios eran lugares de discusión, se convirtieron en un partido totalitario cuyas facciones en pugna -a diferencia de las luchas partidistas en el mundo anglosajón, que siempre mostraron "un carácter de juego, de deporte" - estuvieron gobernadas por la idea que el bolchevique MijaílTomski formularía años después en Rusia: "Un partido en el poder y todos los demás en prisión".

Para Weil, la idea de partido, que Francia heredaría al mundo, tenía así en sus raíces un fundamento totalitario. Esa raíz no sólo se expresó en México después del triunfo de la revolución -en donde por muchas décadas, en la línea de los jacobinos y de Tomski, hubo sólo un partido en el poder y todos los demás bajo la prisión del sometimiento-, sino que ha continuado en la era de la mal llamada "transición democrática".

A semejanza de las facciones jacobinas de la era del Terror francés, los partidos en México luchan brutal y encarnizadamente entre ellos por conquistar el poder y mantenerlo a cualquier precio. Si algo los caracteriza no es la búsqueda de la justicia que, para los padres de la revolución francesa, puede surgir, en ciertas condiciones, de la voluntad popular, sino la pasión colectiva que la niega.

Contra el razonamiento de Rousseau, para quien la toma de conciencia de una de las voluntades del pueblo, que es un acto de razón, genera justicia, la pasión colectiva, alimentada por los partidos en sus ansias de poder, alienta el crimen y la mentira. Así, "si una pasión colectiva [como fue el caso de la Alemania nazi] se apodera de todo un país, el país entero es unánime en el crimen. Si dos, cuatro o cinco pasiones colectivas lo dividen [como es el caso en México], el país está dividido en varias bandas criminales". Esas luchas, como lo constatamos todos los días en México, lejos de neutralizar las pasiones, las exasperan.

Hoy, esas máquinas de fabricar pasiones colectivas e imputar a sus miembros pensamientos gregarios, esas máquinas cuyo único objetivo es su crecimiento infinito y cuya aspiración totalitaria se ve limitada únicamente...

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