Paladín de causas nobles

AutorSamuel Máynez Champion

Como ya enunciamos, en este año se celebra el bicentenario de Franz Liszt (1811-1886), el multifacético húngaro que conjugó sus dotes de pianista y compositor con el apostolado de maestro, la suscripción a proyectos humanitarios y la denuncia de las injusticias cometidas por esas sociedades que emplean a sus músicos envileciéndolos y los humillan olvidándolos. La suya fue una existencia hendida por contrastes, tan violentos entre sí, que lo llevaron desde el culto desaforado de su ego y el ejercicio feroz de su gineco-dependencia hasta el coqueteo con la vida monástica.

Pero antes de proseguir con el recuento biográfico del personaje, hay que subrayar la magnitud de las celebraciones. Infinidad de iniciativas se acaballan en su patria, destacando la adopción de su nombre para el aeropuerto internacional de Budapest y el estreno de una ópera que versa sobre las contradicciones que lo atenazaron. Asimismo, es de anotar que junto a la implantación del World Liszt Day el 22 de octubre, se interpretará en varias ciudades del orbe –del Vaticano a Seúl– el oratorio Christo que compusiera Liszt durante una de sus recurrentes crisis místicas.

Volvamos, pues, al momento culminante de la juventud del músico, a quien la tiranía familiar estuvo a punto de hacer trizas. Como ya dijimos, Liszt quedó huérfano de padre en plena pubertad, y dada su condición de hijo único no pudo desembarazarse de su madre, una mujer analfabeta que no lograba comprender su disparidad de carácter. No entendía cómo siendo un concertista que podía tener el mundo a sus pies, prefiriera dar lecciones de música a domicilio. Arduo era para Franz sortear esas depresiones producidas por el enfrentamiento con una realidad que excitaba sus fobias. Divertir a los poderosos le repugnaba y tocar para los desposeídos no le daba para comer; hasta que tuvo lugar el anunciado encuentro con Paganini.

Él sí lograba hacer lo que le venía en gana. Era bien sabido que el genovés imponía su voluntad sobre la de los patrones, como las veces que se negaba a tocar si no se le franqueaba el paso a toda la servidumbre de algún palacio, sin intimidarse por las rabietas de los aristócratas que habían desembolsado una cifra estratosférica para gozar de la exclusividad del fenómeno. Emular al mago del violín, tanto en el dominio sobrenatural de su instrumento como en su calculado magnetismo con el público, era una solución plausible. La premisa fue nítida: encerrarse a estudiar la técnica trascendental del...

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