El origen de los derechos humanos

Páginas60-61
LIBROS
60 El Mundo del Abogado / Octubre 2014
El origen de los derechos humanos
Genaro Góngora y Alejandro Santoyo Castro
Porrúa, México, 2014
Respondamos honestamente estas
preguntas: ¿es correcto impedir
que las mujeres voten?, ¿debe
imponerse un tratamiento médico a los
homosexuales para revertir su orienta-
ción?, ¿conviene cercenar el cerebro a
los enfermos mentales que ejerzan la
violencia contra otras personas?, ¿hay que
prohibir que los niños de piel oscura asis-
tan a las mismas escuelas que los niños
de piel clara?
Cualquiera que se enfrente a estas
interrogantes en el siglo XXI sospechará
que le están tomando el pelo y, en el
peor de los casos, se sentirá agraviado: la
respuesta a todas estas preguntas es no.
Un contundente y categórico no.
Sin embargo, hay que recordar que a
principios de 1952 las mujeres no tenían
derecho a votar en México. Ese mismo
año, en el Reino Unido, el padre de la
El origen de los derechos humanos es el libro más re-
ciente de Genaro Góngora Pimentel, que acaba de pu-
blicar la editorial Porrúa. Su prólogo corrió a cargo de
Gerardo Laveaga. Aquí lo reproducimos como una in-
vitación a su lectura.
informática, Alan Turing, fue obligado
—a través de un proceso jurídico impe-
cable— a “curar” su homosexualidad con
base en hormonas. Las lobotomías se
practicaron en Estados Unidos hasta 1962
y el apartheid garantizó la segregación ra-
cial en Sudáfrica, hasta que el régimen se
abolió a principios de los años noventa.
Intentemos responder, ahora, otras
preguntas: ¿debe permitirse que, ante una
agonía dolorosa, un hijo dé a beber a su
madre una dosis de pentobarbital sódico
para finalizar su vida?, ¿la ley debe facilitar
que una persona pueda vender un riñón
o un ojo en caso de necesidad?, ¿debe
enviarse a prisión a quien mate a una vaca
o a un cordero para comer su carne? Es
probable que, en unos años, las respues-
tas a estas preguntas resulten tan obvias
como las primeras. ¿De qué depende?
¿De la voluntad divina? ¿De que alguien
declare que esto forma parte de nuestra
naturaleza? Estas explicaciones ya casi no
convencen a nadie en nuestros días.
Son cada vez más los autores que
consideran que son los sentimientos —los
sentimientos y no las ideas— los que, al
contrastarse y compartirse, permiten que
los miembros de una sociedad ensanchen
su empatía hasta convertirla en normas
jurídicas. En su estupendo libro La inven-
ción de los derechos humanos (Tusquets,
2009), Lynn Hunt sostiene, incluso, que
la novela y el teatro contribuyeron más
al desarrollo de los derechos humanos
que aquellos eruditos que describieron
sentimientos y emociones, cuando éstos,
luego de una aceptación gradual, ya se
habían transformado en leyes.
Las novelas de Rousseau, dice Hunt,
atizaron la empatía hacia los grupos más
desfavorecidos y contribuyeron a forjar
los ideales de igualdad y fraternidad que
detonaron la Revolución francesa. Por otra
parte, novelas como La cabaña del tío
To m , de Harriet Beecher Stowe, hicieron
más para abolir la esclavitud en Estados
Unidos que los tratados filosóficos que
llegaron a escribirse al respecto. Ya David
Hume había hallado la hebra del hilo
cuando publicó An Inquiry Concerning
The Principles of Morals —un fragmento
de su Tratado de la naturaleza huma-
na—, que todos debiéramos leer.
Es en este escenario que Genaro
Góngora Pimentel, apoyado por Alejan-
dro Santoyo Castro, reflexiona sobre el
papel de un juez, un magistrado o un
ministro de la Suprema Corte de Justicia
de la Nación a la hora de hacer valer los
derechos humanos. Partiendo de que
éstos no son resultado de un creador
todopoderoso o de valores “inherentes
al ser humano”, sino de una acepta-
ción paulatina y discutible, toma como
referencia su propia experiencia como
juzgador para emprender un fascinante
recorrido por su teoría y su práctica en
México y en el mundo.
Hay que hacer, sin embargo, una
advertencia: El origen de los derechos
humanos no es un tratado histórico ni
una disquisición filosófica en torno al
tema. Se trata, más bien, de un testimo-
nio acerca del modo en que el antiguo
presidente de nuestro Máximo Tribunal
se enfrentó al desafío de concretar estas
garantías y de los retos que vislumbra a
corto plazo. Es, también, una llamada de
atención sobre la evolución del Dere-
cho y su impacto en la conformación
de la legislación, la jurisprudencia y

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