El olor a muerte

AutorBidushi Dhungel

KATMANDÚ.- El lunes 27, tres días después del terremoto de 7.8 grados que sacudió Nepal, sea de día o de noche, los temblores seguían estremeciendo el suelo bajo nuestros pies. De acuerdo con los sismólogos, lo peor probablemente ha pasado y las réplicas son "buenas señales"; pero confiar en estas explicaciones no es fácil.

La gente tiene terror de ir al baño, de entrar en su casa, tan sólo de moverse de los espacios abiertos de diversas partes de la ciudad donde ha buscado refugio. La mayoría no ha permanecido a la intemperie porque su vivienda haya quedado reducida a escombros; no, los habitantes del valle de Katmandú acampan fuera de sus casas por miedo a otro gran terremoto.

Por un amplio margen fueron las estructuras más antiguas de adobe y piedra las que se vinieron abajo con el temblor. Pero muchas casas construidas con columnas de cemento y vigas, distribuidas azarosamente por la ciudad, también sufrieron daños, mayores en numerosos casos. Hay grietas en las paredes internas y externas de las casas, y trozos de cemento han caído de los techos y muros.

Todo ello le ha dado a la gente una razón para creer que su vivienda no es segura, e inclusive una rápida incursión al baño o a la cocina se hace en forma atropellada y con temor absoluto. Las personas se preguntan si, cuando todo esto amaine, alguna vez serán capaces de regresar a dormir en sus camas, ubicadas en el segundo o tercer piso de estas inestables estructuras.

Aunque el miedo nos tiene a todos atrapados, la gente ayuda en forma voluntaria de cualquier manera posible y trabaja duro para mantener una apariencia de normalidad. La mayoría no está sola. Los vecindarios se han unido y todo el mundo aporta lo que puede, desde alimentos hasta sábanas y almohadas. Durante la noche las personas duermen en filas y se acurrucan cuando vienen los temblores; a los niños se les arrulla y a los ancianos se les conforta. En la tarde, bajo las tiendas de acampar, las personas toman té y cuentan chistes sobre esta "pesadilla" que no quiere terminar.

Pero la cifra de muertos aumenta, ya rebasa los 4 mil, y la sensación de pérdida se ahonda. Desde Chabahil, donde he permanecido con unas 20 personas, entre familiares y vecinos, en los prados de la casa de un exministro, se puede ver el humo que se levanta del Aryaghat, el crematorio abierto de Pashupatinath. Anoche fue tan intenso, que nos llegó el olor a carne quemada de los fallecidos; un lúgubre recordatorio de la tragedia que todos vivimos...

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