Ofrecen un Tenorio con vida artificial

AutorFernando de Ita

Una de las razones por las que Otto Minera salió de la Coordinación Nacional de Teatro del INBA fue por expresar lo evidente: la Compañía Nacional de Teatro es un cadáver. Uno de los motivos por los que Enrique Singer entró en su lugar fue para demostrar lo contrario: que ese muertito goza de muy buena salud. Enrique había sido coordinador técnico de la compañía, y está convencido de que el país requiere, según sus propias palabras, de un "referente" para el teatro nacional. Hacía 20 años, por otra parte, que no había teatro en el Palacio de Bellas Artes, y sólo una Compañía Nacional era digna de terminar con esa injusta omisión.

Singer nombró a José Caballero, director artístico de la compañía, y encargó a Martín Acosta un extraño objetivo: montar el Don Juan Tenorio, de José Zorrilla. Sus razones eran de orden histórico y práctico. Zorrilla fundó, en tiempos de Maximiliano, la primera Compañía Nacional de Teatro; el Tenorio es la obra más representada en la historia de nuestro teatro, aunque no es una obra mayor de la lengua española, sus fáciles redondillas son patrimonio del refrán popular: hay que pensar en ese gran público que ha visto el Don Juan desde hace 160 años y que se ha alejado del "teatro culto" por elitista.

Como pasó hace 20 años, cuando se llamó a Héctor Mendoza para festejar los 50 años del Palacio de Bellas Artes, con su versión estudiantil de La verdad sospechosa, de Alarcón, la equivocación no está en los propósitos de la convocatoria, sino en la elección del proyecto. José Antonio Alcaraz lo dijo en su momento con toda claridad: para festejar el teatro del INBA sus autoridades llamaron al maestro del teatro universitario, quien hizo lo que siempre había hecho: hacer en el gran foro del Palacio un montaje experimental con sus alumnos, como si fuera el escenario del CUT. El resultado fue desastroso para ambos "referentes", porque lo único que llenó teatralmente el escenario de Bellas Artes fue la escenografía de Alejandro Luna.

Esta vez, ni siquiera el prestigio artístico del arquitecto Luna salva el despropósito de encargar a un director con la trayectoria de Martín Acosta, el montaje de lo que en palabras de Vicente Leñero es "un alarido romántico del mito machista por excelencia", porque dar a esta leyenda un giro gay no basta para ponerla al día, y menos para convertir a la Compañía Nacional de Teatro en el "referente" del teatro mexicano. Acosta tiene un gran prestigio entre los funcionarios del sistema cultural...

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