La comunicación desigual

AutorEduardo Galeano
Páginas139-146

    Conferencia brindada el 13 de octubre de 1995 en la Unidad Xochimilco, invitado por el Área Problemas de América Latina del Departamento de Política y Cultura.

Eduardo Galeano. Escritor. Autor de Las venas abiertas de América Latina, entre otras muchas obras.

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Quiero agradecerles a todos que hayan venido hoy, la mucha gente que ha venido, los muchos compañeros que están aquí, caras casi todas jóvenes y no sé si será prueba de masoquismo nacional.

Quiero dedicar esta jornada a tres personas que no nacieron aquí en México, pero que han hecho de México su casa. A tres amigos. En primer lugar, un amigo que además es primo y se llama Jorge Galeano y que es profesor de esta casa, aquí en Xochimilco. Y a la memoria de otras dos personas a las que yo estuve muy entrañablemente unido, que han muerto, que ya no están, que murieron aquí en México; México,Page 140 que fue para ellos tierra de exilio, tierra elegida y que, sin embargo, aunque no están, siguen sin estar estando, como ocurre con la gente linda que deja ese mito de vida que no se desvanece nunca. Me refiero a don Carlos Quijano, de quien el rector habló, y a un hombre que no ha sido mencionado pero que amó entrañablemente a México, que fue un tipo muy generoso y muy humilde, dos condiciones rarísimas en el gremio nuestro de los escritores. Este hombre se llamaba Gregorio Selser.Y ahora empezamos...

Nunca el mundo ha sido tan desigual en las oportunidades que brinda, pero tampoco ha sido nunca tan igualador en las ideas y las costumbres que impone. La igualación obligatoria, que actúa contra la diversidad cultural del mundo, impone un totalitarismo simétrico al totalitarismo de la desigualdad de la economía impuesto por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y otros fundamentalistas de la libertad del dinero.

En el mundo sin alma que se nos obliga a aceptar como único mundo posible, no hay pueblos sino mercados, no hay ciudadanos sino consumidores, no hay naciones sino empresas, no hay ciudades sino aglomeraciones y no hay relaciones humanas sino competencias mercantiles. Nunca ha sido menos democrática la economía mundial. Nunca ha sido el mundo más escandalosamente injusto. La desigualdad se ha duplicado en 30 años. Según los datos de las Naciones Unidas y del Banco Mundial, en 1960 el 20% de la humanidad, el que más tenía, era 30 veces más rico que el 20% que más necesitaba. En 1990, la diferencia entre la prosperidad y el desamparo había crecido al doble y era de 60 veces, y en los extremos de los extremos, entre los ricos riquísimos y los pobres pobrísimos, el abismo resulta mucho más hondo.

Sumando las fortunas privadas que año tras año exhiben con obscena fruición las páginas "pomofinancieras" de las revistas Forbes y Fortune, se llega a la conclusión de que 100 multimillonarios disponen actualmente de la misma riqueza que 1 500 millones de personas. La desigualación económica tiene quien la mida. El Banco Mundial, que tanto hace por multiplicarla, la confiesa, por ejemplo, en su informe de 1993 y la confirma las Naciones Unidas en otros informes de 1993 y 1994. La igualación cultural, en cambio, no se puede medir; sus demoledores progresos, sin embargo, rompen los ojos: los medios de comunicación de la era electrónica, mayoritariamente puestos al servicio de la incomunicación humana, están imponiendo la adoración unánime de los valores de la sociedad de consumo, y nos están otorgando el derecho de elegir entre lo mismo y lo mismo, en un tiempo que se vacía de historia y en un espacio universal que tiende a negar el derecho a la identidad de sus partes.

Nunca se había desarrollado tanto la tecnología de la comunicación, pero este mundo comunicadísimo se parece cada vez más a un reino de mudos. La propiedad de losPage 141 medios de comunicación se concentra cada vez en menos manos. Los medios dominantes están monopolizados por los pocos que pueden llegar a todos. Nunca tantos han sido tan incomunicados por tan pocos. Cada vez son más los que tienen el derecho de escuchar y el derecho de mirar, pero cada vez son menos los que tienen el privilegio de informar, opinar y crear.

La dictadura de la palabra única y la dictadura de la imagen única son mucho más devastadoras que la dictadura del partido único. Están imponiendo un modo de vida que tiene por ciudadano ejemplar al consumidor dócil y al espectador pasivo que se fabrican en serie y a escala planetaria, según el modelo norteamericano de la televisión...

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