La sublevación de Ancash. Proyecto nacional y guerra de razas

AutorFabiola Escárzaga
CargoProfesora asociada del Departamento de Política y Cultura, UAM-X
Páginas151-175

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Presentación

Durante más de dos meses, marzo y abril de 1885, la rebelión indígena dirigida por Pedro Pablo Atusparia mantuvo ocupada y sitiada la ciudad de Huaraz, capital del Departamento de Ancash en Perú, se expandió y llegó hasta el vecino departamento de Huánuco; levantado el sitio siguió durant e casi cinco meses más una lucha de resistencia guerrillera minero-campesina en la Cordillera Negra,Page 152 encabezada por Pedio Cochachín (a) Uchcu Pedro. Por su duración, extensión territorial y el número de los participantes, entre 20 y 25 mil indígenas por el saldo en vidas que costó, unas 2 mil 500, y por la heterogeneidad de fuerzas que sumó, supera los alcances de otras rebeliones ocurridas en el Departamento de Ancash, y en general en la región andina.1

El movimiento, sus motivaciones, demandas, protagonistas y potencialidades están marcados por las consecuencias desastrosas que la derrota frente a Chile generó en la sociedad peruana. No obstante su alcance departamental, los elementos que pone en juego la sublevación expresan las contradicciones del conjunto de la sociedad peruana, asimismo las potencialidades y limitaciones del campesinado indígena como actor nacional, y las de otros sectores sociales, en la lucha contra las condiciones impuestas por el naciente y precario capitalismo.

La conciencia que los dirigentes (caudillos indios y mestizos, e intelectuales mestizos y criollos) tienen de la insurrección, a partir de su experiencia social, de la rígida división estamental que persiste en la sociedad peruana y de la relación directa que hay entre la pertenencia a una condición étnica particular (indio, mestizo o criollo) y el acceso a la riqueza, los obligará a generar una propuesta alternativa que rebase la división estamental vigente y haga posible sumar las distintas fuerzas en torno a una sola lucha; esa propuesta se formula a partir de la articulación del programa de transformación socialista (anarquista: venido de Europa) con el tema mesiánico presente en el ambiente andino desde fines del siglo XVIII, manifestado en la esperanza de un resurgimiento inca.

La recuperación del tema mesiánico permitirá al pensamiento anarquista un vehículo muy eficaz para arraigar en la región andina y generar propuestas que logren incidir en el terreno no sólo ideológico sino político.

Esa articulación se muestra en dos niveles: en el episodio de 1885 en Ancash; en las ideas de Luis Felipe Montestrueque, el ideólogo del movimiento, un joven periodista limeño y criollo, ex combatiente en la Guerra del Pacífico, que edita un periódico, El Sol de los Incas, durante la ocupación de Huaraz por los indios, y propo-Page 153ne al caudillo de la insurrección, el alcalde indio Atusparia, como el nuevo Inca. Y también se expresa en el discurso de los Memoriales, verdaderos pliegos petitorios presentados a las autoridades político-administrativas por los alcaldes indígenas, autoridades tradicionales de las comunidades. Estos documentos muestran la apropiación por la intelectualidad india (o quienes cumplen esa función) de los argumentos políticos y éticos, y el tipo de razonamiento económico y social del pensamiento progresista traído de Europa por los inmigrantes obreros.

La insurrección propicia un diálogo en el ámbito ideológico, un diálogo intercultural entre intelectuales urbanos y occidentales y los caudillos indígenas, el cual resulta inédito en el contexto peruano, si consideramos la escasa difusión en el Perú de ese momento del pensamiento socialista y anarquista europeo.2

En esta primera articulación del programa anarquista y el comunal indígena aparecen, todavía inmaduros, los temas centrales que a la vuelta del siglo permitan a la intelectualidad progresista peruana definir un proyecto nacional que contempla como uno de sus actores centrales al campesinado indígena.

Los sucesos de 1885 también sientan precedentes funestos en términos de las posibilidades de una alianza interétnica (de indios, mestizos y criollos) como eje de la construcción nacional peruana. En la rebelión de Atusparia se esboza precariamente un programa mestizo de mediación entre indios y criollos, y se establece una alianza interétnica que permite alcanzar los primeros triunfos, pero las condiciones para su consolidación resultan precarias y se rompe rápidamente. En la confrontación entre indios y criollos, los mestizos se confirman, luego de un periodo de oscilación, como aliados de los criollos.

La guerra de raza es decir, la confrontación a muerte entre indios y blancos, es el marco de la lucha que se superpone y encubre la lucha de clases entre los terratenientes y los campesinos. La extrema polarización de la lucha de clases, desde la formaPage 154 de la guerra de rayas impide tanto la negociación del conflicto como la acción mediadora de algunos de ellos y cancela la posibilidad de una alianza entre los diferentes grupos, pues contrapone sus distintas fracciones al interior del bloque dominado: indios contra mestizos; y los proyectos de los que son portadores.

Las consecuencias de la Guerra del Pacífico (1879-1883)

Durante la Guerra del Pacífico el caudillo liberal y terrateniente Andrés Avelino Cáceres encabezó las fuerzas que combatieron la ocupación chilena en el centro del país. Para fortalecer su ejército incorporó en el combate a sectores considerables del campesinado indígena. No sólo en la forma tradicionalmente usada, mediante la leva forzada para integrarlos como tropa a las fuerzas regulares, sino como guerrilleros. Emisarios de Cáceres (pequeños comerciantes, campesinos ricos y curas de parroquia) recorrieron comunidades y pueblos, exhortando en español y en quechua a contribuir con recursos y formar montoneras (bandas guerrilleras). Estas fuerzas irregulares conservaban la forma de organización propia de las comunidades indígenas; la decisión de combatir era colectiva, los mandos eran elegidos por las propias comunidades y las formas de lucha eran las tradicionalmente usadas por ellos. Cáceres respetó esas estructuras tradicionales, y estableció formas duales de mando: uno formal, a cargo de militares de carrera, y otro informal a cargo de cabecillas locales, quienes organizan a los combatientes indios; ambos mandos funcionaban en forma concertada.

Los excesos cometidos por las fuerzas de ocupación chilenas afectaron a todos los sectores de la sociedad, pero particularmente al campesinado indígena que debía tributar toda clase de productos: víveres, ganado, forraje, leña, y hasta mujeres vírgenes. Por ello, más que identificarse con la causa de la soberanía nacional atropellada por el invasor, la incorporación de campesinos indígenas en las montoneras respondía a la convocatoria cacerista para defenderse de un nuevo opresor muy poderoso (los oficiales chilenos) y vengar los agravios sufridos. Cuando avanzada la guerra un creciente número de terratenientes se convirtieron en colaboradores de las fuerzas de ocupación, Cáceres autorizó que los campesinos tomaran tierras de los colaboracionistas.

El pronunciamiento del general Miguel Iglesias, Jefe Militar del Norte, en que manifestaba su disposición a firmar la paz con los chilenos, aceptando todas sus con-Page 155diciones, y la muerte del presidente Garfield de Estados Unidos, que inclinó hacia Chile el apoyo norteamericano, fueron los factores que precipitaron la derrota peruana frente a Chile.

Frustrados sus planes de recuperar Lima, por la falta de apoyo en armamento, Cáceres debió replegarse hacia el norte, y el 10 de julio de 1883, en Huamachuco, su ejército fue destruido por las fuerzas invasoras. La derrota fue sellada con el Tratado de Ancón, por el que Perú cedía a Chile los territorios de Tacna y Arica.

Perdida la causa de la soberanía nacional, Cáceres inició la lucha por el poder contra Manuel Iglesias, quien apoyado por los chilenos se había convertido en presidente. Así, terminada la guerra contra Chile, inició la guerra civil entre caceristas e iglesistas. En el nuevo proyecto de Cáceres, los sectores medios y el campesinado indígena, incorporados para defender la soberanía peruana, ya no teman cabida, pero ellos tardaron en darse cuenta del cambio, habían sido desarraigados parcialmente de sus lugares de origen y nuevos horizontes se les abrieron; desmovilizarlos era probablemente más difícil de lo que había sido incorporarlos a la guerra.

La insurrección de Atusparia ocurre justamente entre el inicio de la guerra civil en julio de 1884 y el triunfo de Cáceres sobre Iglesias, y su llegada a la presidencia en junio de 1886, lo que explica que muchos de los participantes en la rebelión vieran todavía al cacerismo como solución a sus demandas.3

Las condiciones sociales de la región

El Departamento de Ancash, cuya capital es la ciudad de Huaraz, colinda al sur con el Departamento de Lima, al este con el de Huánuco y al norte con el de la Libertad; como vecino de la sierra central comparte los rasgos estructurales de la región que ofreció la mayor resistencia a la ocupación chilena bajo la conducción de Cáceres. Durante la guerra contra Chile, Ancash estuvo bajo el control político-militar delPage 156 general Manuel Iglesias, por lo que terminada la guerra el poder local estaba en manos de iglesistas, pero había muchos ancashinos mestizos e indígenas que habían participado en el ejército de Cáceres, y luego de la derrota se reintegraron a su región de origen, y también quienes siendo originarios de otros departamentos del Perú se refugiaron en Ancash debido a su cercanía con el último reducto cacerista en Huamachuco. De manera que en Ancash la confrontación entre caceristas e iglesistas era virulenta.

El Departamento de Ancash está conformado por una franja de...

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