Notas desde la infancia

AutorSamuel Máynez Champion

La madre tenía una bella voz que entonaba para arrullar a sus críos y el padre era violinista. La joven señora se ufanaba al relatar que ambas criaturas habían mostrado sensibilidad al sonido, incluso, antes del alumbramiento. Durante la angustiosa espera que precedía a los partos, los padres habían dedicado muchas tardes, merced a la música, a provocar reacciones en sus retoños. El vientre de la mujer semejaba la membrana de un tambor que se percutía desde adentro al escuchar ciertos sonidos del violín o entraba en una calma parecida al oleaje de un mar apacible con las notas graves de su voz. La niña se llamaba Ana María y había nacido cinco años antes que el varón, a quien habían bautizado con cuatro nombres; Gottlieb era el más curioso.

El papá se encargaba de educar a los niños. Este hombre sabía que la existencia sin música es error irreparable, por lo tanto se empeñaba en ser un buen maestro para sus hijos. Cuando aprendieron a distinguir los colores les enseñó el nombre y los sonidos de las notas musicales. A los tres años, cuando fueron capaces de hablar con soltura, se encargó de ponerles las manos en el clave y de revelarles los secretos de la armonía. Esto no fue difícil, pues el niño soñaba con parecerse a su padre y la niña disfrutaba, con cada lección aprendida, los cariños que le hacía su papá.

Su pueblo natal era festín para ojos y deleite para oídos: iglesias y palacios exquisitamente adornados frente al marco de verdes montañas; bosques opulentos y música, música por doquier: en las plazas, en los salones de baile y, por supuesto, en los hogares. Música viva, compuesta en el momento, para dialogar sin palabras.

Los únicos medios de comunicación eran las gacetas locales y la carroza del correo que dilataba largo tiempo en llevar noticias frescas de un lugar a otro. Los infantes aprendieron a hacer música de la manera más natural posible: como juego y por imitación espontánea. Alternaban sus travesuras con la práctica cotidiana que supervisaba su progenitor. Nunca irían a la escuela, pero la dedicación de su padre compensaría sus lagunas de conocimientos.

Como regalo para la princesita que acababa de cumplir nueve años, el señor de la casa realizó un acto de amor supremo: en un cuaderno pautado compuso varias obras pensando en el desarrollo musical de la niña; previsiblemente, el hermano entró en competencia y usó su genialidad para tocarlas mejor que ella. En una de las páginas el orgulloso padre anotó para siempre: Este...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR