Normalizar
Autor | Javier Sicilia |
En el sexenio de Calderón, cuando el crimen se desbordó, los 83 mil asesinatos, los 16 mil 546 desaparecidos, las 64 masacres con los que cerró su administración y los vínculos de su secretario de Seguridad Pública con el crimen organizado, si no lo llevaron ante la justicia, lo grabaron con una letra escarlata de criminal y con el descrédito de su partido.
Algo semejante sucedió con el de Peña Nieto. Los 156 mil 437 asesinatos; los 35 mil 65 desaparecidos, entre los que se encuentran los 43 estudiantes de Ayotzinapa; las 35 masacres; la Estafa Maestra y la Casa Blanca, terminaron por hundirlo, a él y a su partido, en un repugnante lodazal.
A López Obrador, en cambio, ese horror que heredó (los crímenes del pasado son deudas de Estado) y que ha crecido desde que asumió la Presidencia (110 mil asesinatos, más de 30 mil desaparecidos, 851 masacres, graves corrupciones de su familia y parte de su gabinete) no parecen minarlo: su popularidad sigue siendo alta, su lenguaje, con el beneplácito de una buena parte de la nación, no sólo incorporó a su discurso el lenguaje intimidatorio de los criminales sino, continuando la práctica de los regímenes anteriores y de los partidos, ha sido connivente tanto con células criminales -la de la familia del Chapo- como, por mediación de Mario Delgado, con grupos políticos presuntamente asociados con el crimen organizado, como Salgado Macedonio en Guerrero y Ricardo Gallardo en San Luis Potosí.
López Obrador ha logrado lo que sus antecesores desearon y no pudieron realizar, pero ayudaron a construir: normalizar la violencia, la impunidad y el crimen, y darle carta de naturalización al horror. A fuerza de frivolizarlo, de culpar sólo al pasado de ello, de proteger a gente con historias indignas, de contaminar a la nación de resentimiento, de distraer a todos con problemas cuya seriedad palidece junto a los niveles de criminalidad que el país ha alcanzado, de encubrir su discurso de odio bajo el manto de un hombre de bien que ama a los pobres y fustiga a los malvados, López Obrador ha hecho de lo extraordinario lo ordinario.
Lo más grave es que él mismo se comprometió delante del país y de las víctimas no sólo a hacer que la verdad, la justicia y la paz encontraran, mediante una agenda de Justicia Transicional, el camino que la corrupción y la violencia ocultaron, sino a regresar al Ejército a los cuarteles. No lo hizo. A las víctimas las abandonó a la injusticia, al país a la violencia y al Ejército...
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