"No será santo de mi devoción"

AutorJulio Scherer García

Los Mochis, Sin., 6 de octubre

Qué serio, qué adusto, qué grave se observa el rostro del general Roberto Cruz en cuanto se pronuncia el nombre de Miguel Agustín Pro Juárez. Ese aire severo, ese gesto frío ese rictus duro que constituye una de las características más visibles de su personalidad exterior, se torna todavía más áspero apenas escucha hablar del sacerdote jesuíta.

En cierta forma lo trata como si aún viviera y tuviera derecho de lanzarle una serie de amargos reproches: "Si no fuera por el cu-rita, por Pro, yo no tendría esa fama de troglodita, de hombre primitivo, de matón. Y pasaría por lo que soy: por un hombre culto, fino", dice Cruz.

No hay móvil para bromas y sí para expresiones de mal humor. "Que lo hagan santo, si quieren. ¿Qué esperan? A mí me da igual y me tiene sin cuidado. Bien saben que si Pro es elevado a los altares, como dicen los católicos, no será santo de mi devoción". Y aquí inicia el general Cruz una sonrisa que no concluye, que pronto se ahoga en sus mismos labios.

Lo recuerda muy bien esa mañana, la última, en que el padre Pro salió del calabozo de la Inspección de Policía rumbo al paredón donde minutos después sería ejecutado, junto con el ingeniero Segura Vilchis y con aquel hombre modesto que se apellidó Tirado. Caminaba Pro con toda naturalidad, acaso con una mayor lentitud que en los días ordinarios. "No se mostraba erguido ni tampoco humilde. Vería de frente e iba vestido de negro. Era trigueño, moreno pálido, de figura agradable, con rostro de hombre inteligente y culto. No me dijo nada cuando pasó cerca de mí. Yo tampoco me dirigí a él. Luego lo vi en el paredón, demacrado, sin una gota de sangre, con los labios que parecían de papel. Y segundos después escuché la descarga cerrada de los cinco soldados que lo ejecutaron".

-¿Se conmovió?

-Nada.

-¿Está usted arrepentido?

-Cómo puede estarlo un militar que cumple con su deber, con una orden del presidente de la República.

-¿Volvería a actuar como entonces?

-Por supuesto.

-¿Pero lamenta lo ocurrido?

-Claro que sí. Quién no lo lamentaría en mi lugar. No es agradable ir por la vida con fama de matón, de hombre sanguinario, hasta de troglodita.

-¿Vislumbró en algún instante al santo en el padre Pro?

-Yo no creo en eso.

-¿Vio usted en Pro a un hombre mejor que los demás?

-Vi en él a un hombre como todos. Y si entre los ejecutados debiera creer en uno, si entre los tres hubo un santo, ése fue el ingeniero Segura Vilchis. Más hombre que Pro y tan culpable...

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