"No hay que detenernos", les decía a sus colegas periodistas

AutorMarcela Turati

CHIHUAHUA, CHIH.- Miroslava Breach Valducea dejó dicho que si llegaba a morir no quería ser velada. Deseaba ser depositada en una cripta, con sus dos hijos y su familia más cercana como únicos testigos, y evitar el escándalo y a los políticos con sus discursos. La periodista tenía 54 años, pero la idea de que podían asesinarla no le era lejana.

Las amenazas de muerte que la tenían inquieta se cumplieron el jueves 23 a las 7 de la mañana, mientras a bordo de su camioneta esperaba a que su hijo de 14 años saliera de casa para llevarlo a la escuela. Hombres armados se acercaron. Su cuerpo recibió ocho tiros. En el lugar quedó una cartulina: "Por lenguona. Ahora sigue tu gobernador. (Firma) El 80".

La noticia no fue una más en un estado donde la violencia se hizo costumbre; en un país como México, donde se calcula en 200 mil el número de personas asesinadas desde el inicio de la llamada "guerra" contra el narco, entre ellas más de cien periodistas. La noticia corrió en redes sociales. Un portal de noticias local tituló así: "Asesinan a una periodista crítica".

En el periodismo de Chihuahua y en todo el norte del país, Breach Valducea era considerada una institución: comenzó su labor como reportera hace más de 30 años. En los últimos 20 años colaboró en el diario de circulación nacional La Jornada, 15 años de éstos como corresponsal. Trabajó al mismo tiempo en los medios locales El Heraldo y El Diario, así como en la agencia El Norte de Ciudad Juárez, y fundó la agencia de noticias MIR. Escribía la columna política "Don Mirone" en Norte Digital de Ciudad Juárez.

Inquisitiva. Crítica. Comprometida. Sensible. Nunca perdió la capacidad de indignación ante las injusticias, aunque éstas se volvieron cada vez más frecuentes en la entidad que desde muchos años se ha mantenido en los primeros lugares en violencia a nivel nacional, con más de 30 mil asesinatos en los últimos 10 años.

Para Miros, como le decían sus amigos, el periodismo fue su pasión y estilo de vida.

En una plática con sus colegas, habló con lágrimas de su miedo a morir, pues había sido amenazada. Dijo que como periodistas no podían detenerse en su misión de tomar registro veraz de las injusticias y los actos de corrupción en el estado y el país. Ella no concebía otra manera de enfrentar la vida, pensando en el futuro de sus hijos, que fuera diferente a la que marcan la ética, la dignidad y la justicia.

Se decía consciente del riesgo de abordar los temas que la apasionaban y la indignaban: la corrupción, los abusos y el autoritarismo de la clase política; las luchas populares y los movimientos sociales; el despojo de las comunidades indígenas por causa de megaproyectos o por obra de los cárteles de la droga; la violencia contra las mujeres; los efectos de los operativos militares en el estado, y la cada vez más descarnada violencia a la que están sometidos los habitantes...

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