…Y la narcoviolencia se estableció en la Tarahumara

AutorMarcela Turati

SIERRA TARAHUMARA, CHIH.- Recargada en la estufa de su cocina de rancho, la señora se tapa la cara para que no la vean llorar. Su hija embarazada estalla en lágrimas. La vecina que las acompaña se impone a su propia tristeza y continúa el relato entrecortado sobre lo ocurrido en esa casa tres meses antes, la noche que entraron siete, ocho hombres armados que dijeron ser policías, balearon al padre de familia, lo arrastraron al pórtico y se lo llevaron.

No saben si está vivo o muerto. No volvieron a verlo…

“Quedamos todos asustados porque lo atacaron aquí adentro. Acá estaba él tirado, lo sacaron afuera, creemos que muerto porque el piso quedó todo con sangre; allá lo esperaban otros”, dice la viuda, madre de tres menores.

–¿Ve esos agujeros? –agrega, al tiempo que señala hacia un rincón entre la estufa y la ventana–; son de los balazos que dispararon. Apenas tapé los hoyos con cemento porque ya no podía verlos: era mucho sufrimiento.

La noche en que se llevaron a su esposo nadie durmió en ese caserío rural con valles arbolados y un río dignos de postal: los falsos policías, en su orgía de sangre, arrancaron de sus casas a otros dos hombres. Su último rastro fueron las piedras de río ensangrentadas.

La vecina continúa los tramos de conversación cuando la primera se traba. Aunque también aparenta 30 años, es más dura porque ya pasó por el mismo ritual de sangre, en ese mismo pueblo de 90 hogares, un año antes, cuando un comando de 30 hombres se llevó a seis parientes suyos. Pero –“por suerte”, si es que aquí cabe la suerte– sus cadáveres descompuestos fueron localizados días después al pie de la carretera.

Este pueblo del municipio de Guerrero –de camino a la Sierra Madre Occidental en la zona de la Tarahumara– jamás ha aparecido en las noticias, aunque en los últimos tres años ha golpeado la tragedia al menos a 13 de los 91 hogares que reporta el censo de población. Todos aquí están afectados porque son parientes.

En el recorrido por esos paisajes de valles, ríos y árboles frutales la gente da referencias sobre casas donde quedan puras mujeres solas o pueblos donde el miedo instaló su feudo. Por estos rumbos la última novedad es que la presidencia seccional de Pachera está huérfana desde junio porque su titular, Jorge Olveda Veleta, fue desaparecido.

En el paraje cercano, la mujer que enfrenta la desaparición de su esposo no se acerca a la ventana que da al camino, aunque constantemente, desde lejos, observa hacia afuera como para cerciorarse de que nadie las vigila. Tiene tanto miedo que hasta en su propia casa habla en voz baja. Cuando constata que no hay peligro, dice que la culpable de tantas muertes es otra familia del pueblo, a la que acusa de haber enviado al comando de narcos para vengarse por el asesinato de un miembro ocurrido dos años antes.

Cuesta trabajo creer que los homicidios en estas tierras ya no son vengados por los hijos o hermanos de los difuntos, y que ahora intervengan decenas de hombres encapuchados, en comando, armados con cuernos de chivo, que se dicen parte de La Línea, brazo armado del cártel de Juárez, o gente de El Chapo, del cártel de Sinaloa.

Pero las mujeres aseguran que es así: Los conflictos familiares se convirtieron en pugnas entre cárteles.

“Acá ya no se puede platicar nada. Todo el tiempo estamos vigiladas, siguen aquí, están armados”, dice una de ellas con frustración y resentimiento.

En la casa de adobe de la vecina, la que presuntamente es asesina muestra el expediente de la muerte de su esposo en el que destaca un dato: recibió ocho balazos en el cerebro y en el que los testigos declararon que el homicida –un vecino...

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