Música para el erotismo (II)

AutorSamuel Máynez Champion

Igualmente, nos atrevimos a asentar que nuestra herencia "amatoria", al cabo de los milenios, nos enfrenta, por lo general, con la "torpe inmediatez" del macho y la "indefensión resignada e ignorante de sí misma" de la hembra, sin embargo, aquí se abrió un hueco al hablar de nuestra heredad "amorosa", ya que esto implicaría profundizar en la grave disfunción que padecemos, como individuos, para amar de una manera plena y generosa o, verdaderamente madura y consciente, como habría dicho Erich Fromm. No en balde pontificó que el arte de amar debe practicarse con asiduidad, como aquel de saber vivir, y que, merced a su totalizadora influencia nuestras sociedades, tan desintegradas, egoístas y enajenadas, lograrían disolver el deplorable estado de separación en que se encuentran sin perder su propia individualidad.

Empero, no es este el cometido real que nos anima-ni el espacio idóneo para hacerlo-, a pesar de lo imperioso que sería seguir abogando para que la manera en que nos relacionamos con nuestras parejas enarbo-le, en primer término, el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento de su maravillosa unicidad y sus anhelos espirituales, mas lo hacemos subliminalmen-te mediante la música que le proponemos, querido lector, para que le haga el amor a su pareja, transformando el instante erótico en una eternidad y vislumbrando, con la balada de los cuerpos que se poseen, la abolición de nuestros inmaduros egos dentro de la materia cósmica de la persona que nos ama, y a quien decidimos amar aun bajo el infaltable riesgo de extraviarnos.

Por último, antes de acceder a los destinos que nos aguardan, enfaticemos la capacidad que tiene el arte sonoro para dilatar o congelar nuestro tiempo interno, para hacernos fluir de manera gozosa con los ritmos errantes de nuestras almas, para recobrar las conexiones invisibles que nos sumergen en los torrentes primigenios de la vida y para volver una pasión audible la constatación de nuestros inexpresables deseos, en perfecta analogía con la sexualidad sin inhibiciones. Bien lo sintetizó la visión poética de Octavio Paz: "El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Vestido o desnudo el cuerpo es una presencia: una forma que, por un instante, es todas las formas del mundo. Apenas abrazamos esa forma, dejamos de percibirla como presencia, y la asimos como una materia concreta, palpable, que cabe en nuestros brazos y que, no obstante, es ilimitada. Al abrazar a la presencia...

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