Mundialización y movilidad de la fuerza de trabajo

AutorJosé María Vidal Villa
CargoCatedrático de Estructura Económica Mundial, Universidad de Barcelona

En los últimos años, la problemática del proceso de mundialización ha dado lugar a un incesante y en ocasiones acalorado debate sobre su alcance, interpretación y resultado final. Cabe decir, sin exagerar, que no hay una opinión unánime; muy por el contrario, se manifiestan discrepancias que llegan incluso a la descalificación ideológica entre los que polemizan: unos a favor, que la entienden como la panacea que favorecerá una nueva época de auge y prosperidad del capitalismo mundial, y otros, como la manifestación de todos los males del capitalismo que, en este caso, atenta también contra la misma existencia de los Estados nacionales y su soberanía.

En cualquier caso, lo que parece conveniente es precisar qué es lo que hay de objetivo tras el debate ideológico, es decir, qué muestra la realidad de forma incuestionable y qué debe ser admitido por cualquier observador.

Uno de los datos de la realidad se manifiesta en el plano teórico: se trata del aparente triunfo del “pensamiento único”, bautizado así por Ignacio Ramonet, cuya base se asienta sobre los paradigmas de la economía clásica y neoclásica, y su acción se plasma en la política económica neoliberal que se aplica tanto a nivel de los Estados nacionales como a nivel supranacional, impulsada por organismos como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (políticas de ajuste, monetarismo, ultraliberalismo, ...).

El principio teórico sobre el que se asienta este planteamiento puede ser resumido del siguiente modo: el mercado es el mejor mecanismo para asignar eficientemente los recursos y obtener, por consiguiente, la mayor prosperidad, equilibrio y desarrollo. Es decir, el mercado aparece como el principal mecanismo de funcionamiento de la economía y se le atribuye todo género de aptitudes para resolver los problemas económicos que se le plantean a la sociedad.

Prescindiendo de si tienen razón los que sustentan tal aserto, podemos convenir en que ésta es la manera de enfocar los temas de la mundialización de forma oficial, convencional, en la prensa, en las universidades y en los libros de economía al uso, así como en los centros de poder de los gobiernos nacionales y de los organismos internacionales. Falso o no, tiene la fuerza de una realidad compartida.

Y esta realidad impulsa procesos acelerados de desregulación de mercados nacionales, de deterioro de los logros del Estado del bienestar, de privatizaciones de empresas públicas, de reformas de los mercados laborales, etcétera, todo ello en aras del avance del mercado y de su plena y libre implantación.

Aun en el plano teórico, conviene recordar cuáles son los postulados básicos de los planteamientos antes expuestos: son fundamentalmente tres, que indican que el buen funcionamiento de la economía capitalista se debe asentar sobre

- la libre movilidad de capitales

- la libre movilidad de mercancías

- la libre movilidad de la fuerza de trabajo

Todo ello, por supuesto, en el marco de una economía en la que las instituciones que la gobiernan respeten y apoyen el libre juego de las fuerzas del mercado y la libre competencia.

Hasta hoy, este marco institucional estaba representado por los Estados nacionales, con mercados protegidos y política económica independiente y soberana, con moneda propia y con legislación económica propia.

Sin embargo, la mundialización está desbordando este cómodo marco, y las legislaciones y las instituciones nacionales por momentos se quedan obsoletas. Buena prueba de ello es la ofensiva “legislativa”, patrocinada por la OCDE, a iniciativa de las grandes multinacionales, para aprobar el Acuerdo Multilateral de Inversiones (AMI) que, a juicio de M. Renato Ruggiero, director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC) representa “...la Constitución de una economía mundial unificada”.1 Estamos, pues, ante el primer gran intento de legislar “no democráticamente” las condiciones para la implantación de una economía capitalista mundial, en la que el libre mercado sea el único asignador de recursos, a expensas de los Estados nacionales.

Ello nos lleva a una situación peculiar. Se avanza, y los hechos así lo confirman, en la libertad de movimientos de capitales en el ámbito mundial, que cada día encuentran menos obstáculos a su libre circulación. Se avanza también en la liberalización del comercio internacional, cuyos obstáculos y barreras de origen nacional empiezan también a ser desmantelados o suavizados, al menos, de manera notable.

Pero no se avanza en la liberalización del movimiento de personas. Antes al contrario, se intenta frenar el proceso de migración con dirección Periferia-Centro y, en particular, el asentamiento definitivo de emigrantes de la Periferia en los países del Centro. A pesar de los obstáculos impuestos a la inmigración, se ha producido un notable crecimiento en volumen de los emigrantes de la Periferia hacia el Centro,2 aumento que sin embargo no colma, ni de lejos, las necesidades de trabajo asalariado de la población periférica. Esta aparente contradicción es fruto de la enorme desproporción entre la oferta y la demanda de mano de obra procedente de la Periferia y la demanda creada en el Centro, que es por supuesto muy inferior. Hay fuertes contingentes migratorios pero ni mucho menos en la magnitud que la periferia requiere. Más adelante explicaré algunas de las causas de esta contradicción, en particular la imposibilidad del capitalismo de mundializar plenamente la movilidad de la fuerza de trabajo.

Se intenta, por tanto, construir un capitalismo mundial al que le faltará uno de los ingredientes que los propios teóricos e ideólogos del sistema consideran consubstancial e imprescindible: el libre movimiento de personas. Y, como corolario, este intento de fijar a la población en sus lugares de origen concede a los Estados nacionales un estatuto de responsables de tal situación y, por tanto, contribuye a su pervivencia, contrarrestada fuertemente por la mundialización y la liberalización de las otras dos facetas del sistema: la libertad de movimiento de mercancías y de capitales.

A continuación presentaré unas reflexiones acerca del porqué de esta situación, en particular con respecto a la siguiente pregunta: ¿por qué no se puede permitir la libertad de movimiento de las personas?

Generalmente, se utilizan argumentos muy diversos para justificar esta necesaria fijación de la población en su lugar de origen. Entre otros, los cinco siguientes:

- Tecnología. El progreso tecnológico, en los países del Centro, es, siempre, ahorrador de fuerza de trabajo. Es intensivo en capital, es decir, favorecedor del crecimiento del capital constante –y dentro de él, sobre todo, el capital fijo: maquinaria, instalaciones, etc.– más que proporcionalmente con respecto al capital variable, que representa la utilización de fuerza de trabajo. Este hecho tiene como consecuencia un crecimiento del empleo a un ritmo inferior al de la producción y afecta a la oferta de puestos de trabajo, que se ve menguada. Por consiguiente, la tecnología actúa como destructora de puestos de trabajo y, aunque genera importantes cambios en la calificación y favorece la movilidad intersectorial e incluso la modernización del aparato productivo, no estimula suficientemente el crecimiento de la demanda de fuerza de...

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