Una muerte lenta

AutorFabrizio Mejía Madrid

Ya Michel Foucault había hecho la distinción entre lo epidémico y lo endémico al asociar éste último con factores permanentes que fortalecen o debilitan a una población, y que dependen de la gobernabilidad tanto del Estado como de las personas. Pero creo que el dardo más acertado sobre la mundialización del sobrepeso es el que Lauren Berlant dispara en su ensayo Cruel Optimism (2011): "La obesidad ha sido vista como una enfermedad vergonzosa, de los débiles de carácter, una crisis de voluntad que disuelve al sujeto soberano del liberalismo". En efecto, pareciera que debajo de nuestra obesidad nacional, más que una voluntad endeble que cede todos los días a ingerir azúcares, grasas, harinas procesadas, no hay un evento melodramático del propósito no cumplido del Año Nuevo, sino -como dice Berlant- un ambiente, es decir, condiciones que tienden a repetirse y cuyas catástrofes estamos dispuestos a ignorar. Hasta que el ambiente se transforma en un evento. Como la pandemia nuestra.

En las mediaciones de lo que entendemos en un momento por salud, siempre hay juegos de soberanías: la del individuo que consume, la de las empresas que producen comida que no alimenta, la del gobierno que regula o no. Llamarla "condición crónica" o "epidemia" tiene un trasfondo, respectivamente, para las aseguradoras o para el Estado. En la primera es algo meramente administra-ble y, en la otra, objetivo de una campaña de lucha por la información pública -los etiquetados o la publicidad engañosa, por ejemplo-, y contra la adicción al contenido exacto de azúcar y grasa que tiene una dona glaseada. Si comer es compulsión, ya no es un acto de la voluntad de consumir; se pierde el sujeto soberano. Pero Berlant va un poco más allá: son los pobres los que, por comer mal, viven menos tiempo. En el caso de México, hasta 15 años por debajo de Europa. La fantasía de la longevidad que justifica los años de explotación de un trabajador, no se cumple en más de la mitad de una población que aporta dinero para su propia jubilación. Sucedió por confundir "el buen vivir" con el consumo que, en una población que no tiene dinero, espacio ni tiempo para comer, toma lo que está a la mano, es rápido, y se sirve en segundos. La gordura generalizada coincide con la precariedad laboral que no necesita cuerpos apretados en fábricas y oficinas, sino trabajos desde casa, armados de teléfonos y computadoras, con intermitencia, por semanas que casi nunca son años. Si el cuerpo de los trabajadores...

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