Mineras y crimen organizado

AutorJavier Sicilia

Aunque las empresas y el Estado no llegan a los extremos del crimen organizado -de extorsionar al ser humano, esclavizarlo, venderlo, reclu-tarlo, desaparecerlo o, si es necesario, destazarlo para mantener el control del mercado y aumentar su producción de dinero-, el uso que de él y de su entorno vital hacen es, en su sutileza y ausencia de crueldad, igual de destructivo y de rentable que el de las organizaciones criminales.

Un ejemplo de este tipo de empresas, cobijadas por el Estado, es el de la minera canadiense -cuyo nombre, que corrompe una virtud teologal, es ya un insulto- Esperanza Silver de México. Dicha empresa -como la Minera San Xavier, que destruyó el Cerro de San Pedro, en San Luis Potosí, y que, al amparo de las concesiones otorgadas por los gobiernos federales del panismo, pretende destruir el territorio sagrado de Wirikuta- busca explotar los cerros El Jumil y Colotepec, a medio kilómetro de la zona arqueológica de Xochicalco.

Al dolor que el crimen organizado ha creado en Morelos, la Esperanza Sil-ver quiere sumar otro: la destrucción no sólo de esa magnífica zona arqueológica de Xochicalco, sino también de la vocación agropecuaria de los pueblos que habitan la región, de los ancestrales tejidos sociales de las comunidades indígenas y del agua, cuya contaminación dañará gravemente la vida de gran parte de quienes habitamos en Morelos.

Detrás del dinero que busca la Esperanza Silver -plata y oro- estarán, a largo plazo, la reducción de las próximas generaciones a muchachos abandonados al crimen organizado como ejércitos de reserva o materia explotable bajo lógicas de una crueldad inaudita, las malformaciones y los cánceres por las excesivas cargas de contaminantes que produce en el agua la lixiviación (dicen los expertos que en 10 horas de lixiviación se consumen 5 millones 913 litros, es decir, 591,300 litros por hora), y la desintegración de formas culturales y económicas tan ancestrales como fundamentales en la salud de un pueblo.

Las palabras entrecortadas por el llanto que el profesor Toño Camacho, del pueblo de Alpuyeca, pronunció en uno de los mítines contra esta minera son, en este sentido, conmovedoras. Tienen el dejo de la rabia y del dolor de las víctimas del crimen organizado: "¿Por qué se condena a muerte a nuestros pueblos? ¿Por qué tanta maldad sobre nuestros hijos y nietos? ¿Por qué tanta ruindad de las autoridades al dar manos libres a estas empresas que envenenarán los ríos, las aguas, los aires, las...

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