Metáforas del terremoto

AutorFabrizio Mejía Madrid

En tres ensayos sobre el terremoto de Lisboa, Immanuel Kant afirma que sin el fuego subterráneo que causa los temblores, no habría aguas termales y que la vida en la tierra sería imposible sin ese calor. Voltaire lo refuta: "Los filósofos le gritan a los desgraciados que apenas escapan de las ruinas: 'Los herederos de los muertos aumentarán su fortuna; los albañiles ganarán mucho dinero para reconstruir casas; los animales se alimentarán de los cuerpos enterrados. Tu mal particular no es nada, comparado con este bien general'. Tal discurso ciertamente ha sido tan cruel como el terremoto mismo".

Para Voltaire, los humanos estamos indefensos ante el mundo -somos los únicos seres vivos que, además de sufrir, tenemos esperanzas- y todo lo que nos queda es una convicción aprensiva: "Algún día todo estará bien". Un día completo de calma es la felicidad a la mano. Tras las críticas a su pesimismo, Voltaire borró de su poema las últimas dos recomendaciones para los mortales: "Esperen y mueran". Lo que le interesaba era dejar clara su oposición a los curas -¿qué hicieron de malo los niños muertos?- como a los optimistas: "Si se dice que estas catástrofes son necesarias, ¿por qué no suceden en medio del desierto?". La segunda versión del poema lo dice con contundencia:

"Los habitantes tristes de estas ruinas desoladas en el horror del tormento serían consolados, si alguien les dijera: 'Caigan, mueran pacíficamente, para la felicidad del mundo; destruidos tus refugios, otras manos construirán sus palacios llameantes. Otros pueblos nacerán en tus muros aplastados; el Norte se enriquecerá con tus pérdidas fatales; todos tus males son buenos para las leyes generales."

Al final, la relación entre Dios -o la naturaleza y el cosmos- y los hombres no era de culpabilidad religiosa ni de optimismo cruel, sino de pensarla como si existiera una sustancia humana que la divinidad, con toda su fuerza, no puede reducir. Voltaire presenta al ser humano ante el poder absoluto diciendo: "Te traigo todo lo que no tiene tu inmensidad: defectos, arrepentimientos, males e ignorancia. Pero, puedo añadirle también la esperanza".

Al leer el poema, Rousseau le escribe una carta a Voltaire, casi tan larga como el poema, en defensa del aprendizaje humano en medio de la tragedia de Lisboa. Fechada el 18 de agosto de 1756, la carta, en vez de la resignación libertaria voltaireana, atiende -como seguimos haciendo nosotros- a la responsabilidad de quien construyó "veinte mil...

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