Memorias. Los supremos de la Corte

AutorSergio Alonso Rodríguez
Páginas59-59
59
El Mundo del Abogado
LIBROS
Memorias. Los supremos de la Corte
Genaro David Góngora Pimentel, Porrúa, México, 2019
Es común que las aprecia-
ciones sobre la vida y la
obra de un personaje público
sean subjetivas, sobre todo
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elementos que minimicen el
peso del prejuicio. En 2009
terminó la gestión de Genaro
David Góngora Pimentel
como ministro de la Suprema
Corte de Justicia de la Na-
ción. En el discurso que pro-
nunció en la sesión solemne
que marcó el comienzo de
su retiro, indicó que escri-
biría sus “memorias”, obra
que 10 años después se ha
publicado con el título de Los
supremos de la Corte y que,
sin duda, ofrece elementos
para considerar objetivamen-
te sus aportaciones al Estado
de Derecho en México.
No se trata de una
autobiografía en sentido
estricto, sino de un bosquejo
de diferentes etapas de la
vida de Góngora Pimentel,
con énfasis en su actividad
como impartidor de justicia,
en cuyo transcurso innovó
con criterios que actualmen-
e a e a Cc
federal, como sucede con la
apariencia del buen Derecho
como presupuesto para con-
ceder la suspensión del acto
reclamado en el amparo.
Lo anecdótico se combina
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ciones jurídicas y con escritos
publicados previamente,
como lo demuestra el apar-
tado titulado “Después de los
estudios en la carrera de De-
recho… ¿Qué sigue?” El texto
evade el relato de cuestiones
personales o íntimas en favor
de comentarios respecto de
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el ámbito de la función juris-
diccional; es decir, el autor
se vale de sucesos vividos o
conocidos para exponer sus
puntos de vista sobre cuestio-
nes variadas.
En el fondo, el objetivo
de quien descolló como juez
de distrito, magistrado de cir-
cuito y ministro del Máximo
Tribunal parece consistir en
exponer la evolución de la
jurisdicción constitucional
mexicana en un lapso de 40
años, comenzado en 1969,
cuando el joven Góngora se
estrenó como secretario de
Estudio y Cuenta en la Corte.
De entonces a 2009 el jurista
se entregó a su función con
tal enjundia que a la postre
se hizo acreedor no sólo del
puesto de ministro, sino de
presidir tanto la Suprema
Corte como el Consejo de la
Judicatura Federal.
A lo largo de decenas de
apuntes, cuya brevedad y
estilo revelan a un redactor
que piensa con claridad y
coherencia, se consignan
referencias amenas a
situaciones que, de hecho,
comprenden más vicios
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suele haber corrupción en
la función pública, circuns-
tancia conocida por propios
y extraños. Si alguien cree
que los casos actuales de
corrupción judicial son no-
vedosos, encontrará en estos
relatos detalles de compor-
tamientos inaceptables que
tuvieron lugar hace décadas
y cuyos protagonistas no se
molestaban en disimular sus
métodos.
Quizá lo anterior haga su-
poner que esta obra se dirige
a lectores afectos al morbo;
sin embargo, las alusiones a
personas determinadas son
escasas y no insidiosas, ade-
más de que no propenden
a desprestigiarlas. Góngora
informa sobre momentos cla-
ve en el desarrollo del Poder
Judicial de la Federación,
sobre todo para aclarar los
porqués del prestigio que ha
cosechado gradualmente, a
pesar de que hoy se le quiera
vilipendiar. Las medidas
tomadas por aquel proactivo
ministro presidente, cuyas
dotes de administrador eran
palmarias, redundaron en el
orden necesario para el que-
hacer judicial; esto último se
comprueba, por ejemplo, al
recordar que su intervención
fue decisiva para la reforma
constitucional de 1999, rela-
cionada con el Consejo de la
Judicatura Federal.
Los supremos de la Corte
es una obra sincera, no cae
en ínfulas ni se confunde con
un libelo. Es una lectura tan
disfrutable que se concluye
en un día, pues apenas puede
soltarse tras empezarla. No
faltan referencias a persona-
jes típicos de la narrativa de
Góngora, como el mítico Aulo
Gelio Gulbenkian, ni a otros
e e aa éca e-
ron en diversos ámbitos de la
vida nacional, como Arturo
Durazo, Irma Serrano e Igna-
cio Burgoa. En este sentido,
es intrigante la mención de
un tal Silvano García Castro,
que según el autor fue presi-
dente de la Corte cuando, en
realidad, nunca ha habido un
solo ministro llamado así.
A sus más de 80 años de
edad, Genaro David Góngo-
ra Pimentel demuestra en
estas páginas que conserva
la lucidez y la sagacidad
que lo caracterizan, y que en
alguna ocasión lo movieron
a aclararle a un presidente
de la República que sólo era
“cuatro años mayor” que él.
Sergio Alonso Rodríguez

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