María Amparo Casar / Sabias palabras

AutorMaría Amparo Casar

Rodríguez Zapatero afirmó hace unos días que es mucho lo que puede hacerse desde la oposición. Tanto López Obrador como su partido deberían saberlo porque han estado ahí, en la oposición.

El PRD surgió en 1989 cuando buena parte de la izquierda decidió dar el paso decisivo hacia la institucionalidad, la legalidad y la democracia. Cuando dejaron atrás la idea de que ser un partido "electorero" lejos de ser un propósito burgués era el camino a la transformación y al poder. Cuando se dieron a la tarea de crear un partido dispuesto a jugar dentro de la legalidad vigente y desde ahí transformarla.

Víctima, él sí, de un enorme fraude, Cárdenas pudo optar por el alzamiento -no faltaron voces que así lo aconsejaran- pero prefirió la construcción de un partido. La apuesta puede juzgarse por los dividendos que produjo. Tan sólo 8 años después de su fundación, logró situarse, en 1997, como la segunda fuerza en la Cámara de Diputados y se hizo del gobierno de la capital. La hazaña la repitieron 9 años después agregándole, además, un cuarto de los senadores, cinco gobernadores y más de 15 millones de votos para su candidato a la Presidencia. Lo que al PAN le llevó más de 60 años, el PRD lo obtuvo en tan sólo 17.

La representación y el peso de sus líderes en el Congreso y en las gubernaturas de los estados ha sido no sólo cuantitativa sino cualitativa. Van algunos ejemplos de los rendimientos de participar en la institucionalidad: la reforma electoral de 1996 que despidió al gobierno de los asuntos electorales para ponerlos en manos de los ciudadanos y que dio acceso equitativo a los recursos y medios de comunicación, la creación de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, la formación de la Auditoría Superior de la Federación, la fundación de la CNDH, la Ley de Transparencia, los candados que impone el Presupuesto a la utilización política de los programas sociales.

En suma, con una actitud diametralmente opuesta a la que hoy campea en ese partido, el PRD luchó en contra de la "República simulada" y le cambió el rostro.

Para hacerlo se requirió una verdadera transformación del pensamiento y las conductas de los que decidieron formar el PRD; renunciar a la concepción de que la democracia es un valor burgués; abandonar la idea de que negociar es claudicar, de que alzar la voz contra el líder es traicionar, de que proponer la autocrítica es debilitar.

Sin voces distintas, la izquierda se hubiera quedado en su laberinto. Sin aceptar participar en la...

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