Manuel J. Jáuregui / Verdad de a kilo

AutorManuel J. Jáuregui

¿Cuánto nos han costado a los mexicanos las crisis económicas de los últimos 20 años? Lo anterior lo reveló el Dr. Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México y doctorado de la Universidad de Stanford: la mitad de nuestro ingreso per cápita.

Esto, el 50 por ciento de nuestro ingreso personal, es el precio que hemos pagado como "premio" por el privilegio de haber sido, también, víctimas de estos desajustes económicos -bautizados con eufemismos sexenales como "atonía", "desajuste coyuntural", "tránsito hiperinflacionario", etcétera- que apuntan hacia errores garrafales cometidos por nuestros gobernantes.

Dada la juventud de nuestra población, el predominante número de menores de 25 años que la componen quizá no hayan registrado los anteriores eventos, pues no han vivido como generadores del ingreso hogareño las penurias de épocas en las que el dinero se devalúa en la mano, en las que hay aún menos empleo, en las que las tasas de interés se componen de tres dígitos, en las que hay control de cambios, fuga de capitales, incertidumbre y zozobra.

Preciado activo es, pues, la estabilidad económica de la que hoy gozamos, pero que de ninguna manera está garantizada, y esto fue sin duda lo que pretendió resaltar el Dr. Ortiz en su presentación ante el Foro Económico del IMEF.

Desgraciadamente, como estamos inmersos en la pasión electoral, los amantes de los extremos y practicantes del más rabioso fanatismo (en los tres bandos principales) querrán colorear con sus prejuicios lo que se hable de la estabilidad económica y que se resalte ésta como un meta deseable y necesaria para nuestro desarrollo.

Es un hecho, no obstante, que nadie puede prosperar en medio de los despapayes de la inestabilidad, de los radicalismos, de la simplificación de los temas económicos e industriales hasta llegar al absurdo de individualizarlos culpando de situaciones complejísimas a una sola persona con nombre y apellido.

La estabilidad, los parámetros macroeconómicos positivos, los estímulos a la actividad productiva y todo lo de ellos derivado -empleo, crecimiento, prosperidad- no se consiguen por simple edicto o por la manifestación de un deseo.

Menos aún con la simple...

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