Leonardo y Miguel Ángel: una tomadura de pelo

AutorBlanca González Rosas

Exhibidas desde el 26 de junio en el Museo del Palacio de Bellas Artes y clausurada la primera el pasado domingo 23 de agosto, ninguna de ellas merecía la tumultuosa e incómoda asistencia de la que gozaron. Sustentadas en una eficaz comunicación mercadológica que evitó evidenciar las pocas e insignificantes piezas originales de Da Vinci y Buonarroti que se exhibían, arrojan un lamentable resultado en servicios culturales para la ciudadanía.

Interesados en visitarlas para "aculturarse" -como comentó una persona que llevaba tres horas esperando comprar su boleto-, entusiasmados por ver en México obras de creadores "tan enormes", divertidos por estar en la cola desde las cinco de la mañana-aunque muchos no recordaban el nombre de los artistas-, o simplemente satisfechos por asistir a un evento que, "como decían en la televisión, no debían dejar de visitar", los asistentes, en su mayoría, develaron cuatro características del consumo artístico nacional: ignorancia, conformismo, interés de ver arte consagrado, obligación.

Esta última, experimentada principalmente por numerosos adolescentes y jóvenes que cumplieron con la incómoda tarea escolar de asistir, aun cuando sus maestros fueron incapaces de darles una explicación previa de lo que iban a ver.

Indiferentes ante la expectativa de contemplar obras originales o simplemente atribuciones y copias, algunos espectadores cambiaban su entusiasmo al salir del museo: "sólo tres dibujos de Leonardo que valían la pena", "la exposición de Miguel Ángel es una burla", "los custodios no saben ni donde están las cédulas", "quise poner una queja y nadie me pudo decir dónde escribirla".

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