Ni lágrimas ni aplausos... exequias en el olvido

AutorRodrigo Hernández López

En la Capilla Premier de la funeraria Gayosso en Santa Fe no hubo honores de Estado para el hombre que quiso ser secretario general de las Naciones Unidas, ni discursos de elogio a su trayectoria ni aplausos para el presidente que en 1976, aúnen funciones, fue nominado para recibir el Premio Nobel de la Paz.

La noche en que murió ninguno de sus hijos se encontraba con él. En la casa de Cuernavaca, donde vivió los últimos años, estaban su enfermera y algunos empleados. Falleció en el abandono, relegado y despojado del poder que alguna vez detentó.

A las 15:12 horas el féretro que contenía los restos de el titular de la Secretaría de Gobernación en tiempos de Gustavo Díaz Ordaz fue traslado al recinto donde sería velado; sólo 30 personas esperaban su cuerpo. Al ingresar, los trabajadores de la funeraria acomodaron el ataúd en el centro de la sala mientras hijos, nietos y familiares contemplaban la escena. Instantes después, la bandera de México fue colocada sobre el ataúd de caoba, "confeccionada para la ocasión", como él mismo ordenó, según dijo una de sus hijas.

Aunque la capilla tiene capacidad para 300 personas, no llegó a congregar ni a 50, de las cuales casi dos docenas eran elementos de seguridad y empleados de la funeraria.

Nadie lloró cuando el féretro fue colocado al centro de la sala, tampoco hubo aplausos; las 30 personas presentes contemplaron en silencio cómo se acomodaron los arreglos florales, las dos coronas que llegaron, una enviada por Juan Francisco Ealy Ortiz, dueño del diario El Universal, así como el caballete con la fotografía en blanco y negro que mostraba al priista sentado con la mano izquierda en el rostro y la mirada en el horizonte.

El silencio que prevaleció la mayor parte del tiempo era interrumpido por el sonido de los zapatos y tacones de hombres y mujeres que caminaban por la estancia, así como por las voces de los guardias, atentos a que ningún reportero, fotógrafo o camarógrafo entrara al recinto.

Los empleados de la funeraria, apostados como soldados del Estado Mayor Presidencial, resguardaban el acceso de las escaleras eléctricas. En el piso inferior había tres hombres que avisaban sobre los movimientos de quienes llegaban al funeral. La puerta de la capilla llegó a estar protegida hasta por 10 personas que revisaban todo a detalle, incluso los mensajes escritos en las coronas y los arreglos florales enviados.

Las horas pasaron y los homenajes nunca llegaron. Ningún jerarca del PRI acudió a mostrar sus...

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