El juego que todos jugamos

AutorSabina Berman

El funcionario empieza el juego robando.

Roba 300 millones de dólares del erario como Arturo Montiel o finge una compra-venta cuando está tomando una gratificación por un acto ilícito, como el presidente Peña Nieto o el secretario Vi-degaray, o usa helicópteros del Estado para citas familiares, como el entonces director de Conagua, David Korenfeld, o en lugar de levantar una multa a alguien que se pasó una luz roja le cobra un soborno, como mi amigo Rodrigo El Policía de la Condesa, o como una examiga funcionaria grava los recursos estatales que gasta con 14% para ella, o etcétera y etcétera.

La emoción ha iniciado. El ladrón se siente feliz con su ganancia y con su privilegio, que lo levanta sobre cualquier otro ciudadano cinco centímetros, o 5 mil millones de pesos, según sea su hurto. En cada intercambio con un congénere, disfruta su superioridad secreta. Piensa: Soy el gran Pillo, soy Steve

Jobs del Hurto (aunque por desgracia sin inventos).

Acá puede acabarse el juego, y de hecho en general acá termina. El funcionario se va a gastar su robo y en la vejez les explica a sus nietos que ha sido un genio de la función pública.

Pero hete acá que a veces alguien descubre al ladrón.

Un vecino lo fotografía abordando el helicóptero estatal con toda su familia, una periodista y su equipo videan las casas mal habidas, el Policía Ladrón de La Condesa recibe en lugar de un billete el flashazo de un ciudadano que publica en Twitter el robo.

Ahora sí empiezan las emociones enormes, dignas de un partido de futbol México contra Estados Unidos.

Los jugadores se multiplican por millones: ha entrado al juego el pueblo mexicano, más otros porristas menores. El pueblo se acuerda de golpe de que las cosas idealmente debieran ser distintas. Usa palabras altisonantes y nobles. El Bien Común. La Patria. El Porvenir. La Justicia. Ya me cansé. Todos somos Buenos. Indignado, el pueblo grita a coro. Tuitea. Vilipendia. Saca banderolas. Su ganancia es la rabia compartida, la sensación de pertenencia: soy parte del pueblo herido y robado, soy muchos más aparte de mí mismo.

Y lo dicho, entran al juego otros personajes menores. Por ejemplo, los esquiroles. Tienen un nombre peor, pero me da pena escribirlo.

Son los que toman la defensa de lo indefendible. Publican artículos que empiezan así: "Pregunté quién era el Funcionario Ladrón y todos me informaron que era un señor muy simpático, que usa shorts lindísi-mos, y quiere a sus hijos". O escribe confesiones de cercanía...

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