Juana Inés Dehesa / Diputados de a pie

AutorJuana Inés Dehesa

Ser peatón en México no es fácil. Desde luego, no es tarea para los débiles de corazón o para los torcidos de mente, como yo, que consideramos buena idea cruzar las calles por los pasos cebra; hace unos meses, de visita en Mazatlán, comprobé que su extenso y envidiable malecón presenta, además de una vista maravillosa del Pacífico, dos exóticas cualidades: la primera, un problema severo de plaga de mapaches (¿o eran tejones?, no lo recuerdo) suficientemente preocupante como para que los choferes de esas armas de destrucción masiva disfrazadas de vehículos conocidas como "pulmonías" se sientan en la necesidad de alertar (y, consecuentemente, alarmar) a sus incautos clientes, y, la segunda, la existencia de dos únicos pasos de peatones para todo el malecón. Si todo es parte de un plan maligno para treparle el ritmo cardiaco al turista neuras, conmigo lo consiguieron: el periplo que tuve que organizar para cruzar la calle (con el terror añadido de que me atacara por la espalda un mapache -¿tejón?- frenético y furioso) por nada y me hace caminar de vuelta al Distrito Federal.

Aunque en materia de emociones peatonales, tampoco es que en esta ciudad vendamos piñas, como dice un amigo. Así como para quienes viajan en coche la vida se presenta como una catarata inagotable de juegos fantásticos ("Adivine si todavía existe su salida en Periférico", por ejemplo, o el ya clásico "¡Éjele con el eje reversible!" son los primeros que me vienen a la mente), los peatones vivimos también en un estado constante de zozobra. Que si aquí están haciendo obra y mejor cancelaron la banqueta (lo cual no representaría mayor problema si no fuera porque "aquí" es ni más ni menos que la lateral del Periférico); que allá los semáforos mejor nomás le flashean (Paseo...

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