Juan Villoro / Por Antonomasia

AutorJuan Villoro

La tía Antonomasia vino de visita. Mi hermana Carmen le puso así una vez que dijo "todo tiene su antonomasia".

La tía pertenece a un curioso tipo humano: la solterona involuntaria que acabó disfrutando su condena. Desde muy joven, fue designada por su madre para guardarle compañía: "Eres la más fea y la que zurce mejor". Su destino auguraba tristeza con calcetines rotos. Lo único tranquilizador es que eso era común en su pueblo (para no ofender, lo llamaré Milantepec).

Durante un tiempo desarrolló fobia a los espejos y los objetos reflejantes (sus cubiertos eran opacos). No quería atestiguar su fealdad. Y aquí viene lo interesante: Antonomasia tiene lo suyo. No responde a los imperativos obvios de la tiranía de la belleza, pero se ha vuelto atractiva. Parece una antropóloga que convivió con tribus demasiado extrañas para que las comprendamos nosotros. Aunque en Milantepec su aspecto es desaliñado, la época prestigió sus prendas raras. Sus tics y su intensidad revelan un desarreglo emocional que puede ser inteligente. Por último, un hábil dermatólogo podría extirparle el lunar abultado que nos asusta al saludarla de beso.

Antonomasia tomó clases de primeros auxilios y combinó su talento para zurcir con técnicas para vendar. De niños, nos disfrazaba de momias.

Todo hubiera ocurrido conforme a las serenas tradiciones de Milantepec, de no ser porque mi tía abuela, madre de Antonomasia, entró a una rutilante sucursal bancaria y no reparó en una de esas cadenitas que cuelgan a la altura de los tobillos y sirven para separar a los clientes de una zona reservada al gerente y otros especialistas.

Esas cadenitas son ofensas suaves: no están ahí como algo infranqueable; aceptas ser excluido por ellas. Saltarlas es sencillo, pero no para mi tía abuela, que tropezó, se partió la crisma y falleció sosteniendo una ficha de depósito de 625 pesos.

Antonomasia aún estaba en edad de casarse, pero ya había descubierto que el matrimonio es un calvario donde la mujer aguanta y el hombre engorda en aras de la paz mundial.

Y la paz no le interesa. Está convencida de que el bien se impone a través del conflicto. Dedicó la parte más fecunda de su vida a combatir por causas que la llevaron a contraer malaria en Ruanda y ser arrestada en Galicia en un barco que se oponía a la pesca de atún.

Hablar con ella es difícil porque siempre sabe más y lo demuestra. Ha aprendido trucos de opinionistas de la radio. Para realzar sus ideas, ofende a los que aún no han hablado: "Lo...

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