Joven empresario ¿Eres un huevo, una zanahoria o un grano de café?

AutorJosé Mario Rizo Rivas
CargoSocio director de Salles Sainz-Grant Thornton en Guadalajara
Páginas64-64
TEMAS SELECTOS PARA PYMES
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CONTADURÍA PÚBLICA
Dicen que cuando uno es veinteañero abundan la juventud y
el tiempo, pero escasean la sabiduría y el dinero. En cambio, en
la edad adulta, hay dinero y hay experiencia, pero escasean el
tiempo y la juventud. Por esa misma razón, creo yo, es que a los
adultos nos gusta darles consejos a los jóvenes, especialmente
cuando los vemos batallar contra los obstáculos que nosotros
mismos enfrentamos tiempo atrás.
Esto pasa en cualquier familia y por supuesto que pasa en las
empresas familiares; los jóvenes están llenos de brío y deseosos
por demostrarle a sus padres empresarios que pueden y saben,
a veces “muerden más de lo que pueden masticar”. Pero eso es
parte de la vida y, aunque nos cueste trabajo, también necesita-
mos dejar que los hijos experimenten el fracaso y la frustración,
pues les forjará el carácter, ¿no es así? A veces, es más importan-
te enseñarles a confiar en sí mismos y construir su propio criterio
para tomar decisiones clave, que darles todas las respuestas. Por
suerte, de vez en cuando un cambio de perspectiva es todo lo
que necesitan para salir del bache en el que se encuentran por
su propia mano. Eso trae a mi mente una anécdota que leí hace
unos días en uno de los rincones del Internet.
Huevos, zanahorias y café
Un día, una jovencita se sentó al lado de su padre porque quería
quejarse. Estaba de malas, irritable, tuvo un mal día y no podía
más, tenía que aligerar lo que se estaba guardando en el pecho. Se
sentía frustrada, cansada, harta de luchar todos los días. Y es que
siempre había un contratiempo, una emergencia, una crisis que
arruinaba su tranquilidad, que saboteaba sus planes y que ponía
su día de cabeza. Parecía que apenas solucionaba un problema,
aparecía el siguiente, como si todas sus calamidades estuvieran
haciendo fila.
Su padre la escuchó atentamente y le propuso invitarla a donde
trabajaba: la cocina de un restaurante. Y es que su padre era
chef. Cuando llegaron, el chef tomó tres recipientes, los llenó
con agua y los puso a calentar en la estufa. Luego tomó unas
zanahorias y un par de huevos crudos y los depositó en el pri-
mer par de recipientes; el agua del tercero sería para preparar
café. El padre dejó calentar los recipientes por veinte minutos,
que a su hija le parecieron eternos, por lo que trató de matar el
tiempo quejándose nuevamente de todos sus problemas.
Cuando el chef apagó el fuego, invitó a su hija a acercarse y le pre-
guntó: “¿qué ves?”, mientras servía un par de tazas de café. Su hija
respondió: “Zanahorias cocidas y un par de huevos duros, ¿por?”.
“Porque tanto las zanahorias como los huevos y el café se en-
frentaron a lo mismo, al agua hirviendo”, dijo el padre, “pero los
tres reaccionaron de manera distinta, ¿no crees? La zanahoria
era dura antes de entrar al agua, ahora es sumamente blanda,
fácil de deshacer. Los huevos eran frágiles hasta que se cocie-
ron, y ahora es imposible romperlos al estrellarlos contra una
cazuela. El café no cambió tanto. Se disolvió en agua; se podría
decir que el café cambió más al agua que el agua al café”.
“Ok…”, respondió su hija, entre divertida y frustrada.
“Imagina que el agua hirviendo son los problemas de todos los
días”, respondió el papá. “¿Qué tipo de persona serías tú? ¿La
zanahoria, el huevo o el café?”
“¿Eres una zanahoria, que parece fuerte, pero se hace débil tras
veinte minutos de adversidad?
“¿Eres un huevo, que entró al agua siendo frágil, pero la adversi-
dad te ha vuelto dura y rígida?
“¿O eres como el café, que logra su mejor aroma y su mejor
sabor cuando el agua está en su punto más caliente?
“Si eres como el café, es decir, si cuando las cosas se ponen
peor tú reaccionas mejor, entonces los problemas no podrán
acabar contigo”.
La hija entonces se relajó un poco, exhaló y se puso a pensar
El enojo, enemigo acérrimo de una mente estratégica
Hay varias conclusiones que se pueden sacar de esta fábu-
la, pero a la que quiero referirme aquí tiene que ver con otro
concepto inmortalizado en nuestra cultura popular: “más vale
maña que fuerza”. Es decir, lo primero que uno debe hacer para
superar la adversidad es escoger una manera emocionalmente
saludable para reaccionar. Ni caerse a pedazos como la zana-
horia, ni volverse rígido o cínico como el huevo. Esa es la maña.
Joven empresario
¿Eres un huevo, una zanahoria o un
grano de café?
C.P.C. y M.I. José Mario Rizo Rivas
Socio director de Salles Sainz-Grant Thornton en Guadalajara
mario.rizo@mx.gt.com
Fuerza sería que, cuando llega la adversidad, somos obstina-
dos y simplemente no nos damos por vencidos, cueste lo que
cueste, pero eso, por más valiente que sea, no es suficiente para
superar un problema.
Hay que reconocer que la adversidad implica mucho desgaste,
tanto sico como emocional, y hay que estar en buen estado
sico y emocional si queremos tomar decisiones inteligentes
que nos saquen del aprieto, ¿no es así? Para ser como el grano
de café, no basta con ser optimista o ecuánime, hay que ser
estratégico. ¿Cuál es el primer paso? No hay que tomar decisio-
nes mientras uno está enojado… ni tampoco muy feliz.
En este reportaje de The Atlantic, la periodista de esta im-
portante revista norteamericana charló con Jennifer Lerner,
profesora de políticas públicas y gestión de Harvard. Durante
los años próximos a la llegada de Trump al escenario político,
Lerner condujo una serie de estudios acerca de cómo las de-
cisiones que tomamos se ven influenciadas por nuestras emo-
ciones. Aquí hay tres hallazgos interesantes sobre cómo tres
emociones nos hacen actuar de diferentes maneras:
1. Enojo. Cuando estamos enojados, por ejempl o, tendemos
a simplificar las situaciones, no medimos las co nsecuen-
cias y, por lo tanto, tomamos decisiones más rápidamen -
te, tomando como criterio principal lo que n os hace sentir
mejor en el momento.
2. Felicidad. Curiosamente, Lerner nos dice que estar con-
tento tampoco es el mejor est ado emocional, pues somos
más laxos, más accesibles, y a l momento de juzgar lo que
propone otra persona, le damos má s peso a lo que nos
dice si esta nos hace sentir bien.
3. Tristeza. Por su parte, la t risteza tiene su lado bueno y su
lado malo. El positivo es que una persona que es tá triste
tiende a ser menos impulsiva y a sopesar pro s y contras;
el malo es que puede darle mil vueltas al asunto a ntes de
tomar una decisión, creando más desgaste em ocional.
¿Cuál es entonces el mejor estado mental para decidir? Lerner
nos ofrece varios consejos que seguramente le sonarán fami-
liares a más de uno:
1. Acepta que siempre sentirás emociones, pues e res un ser
humano y no puedes librarte de ellas. No te f rustres al
querer ser una persona tota lmente ecuánime.
2. Nunca tomes una decisión en el momento. Pospón la
decisión en la medida de lo posible hasta que regre ses a
un estado emocional más neutral.
3. Ignora tus emociones y utiliza argumentos exclusivamente
racionales para decidir. Un ejemplo simple: si vas a com-
prar un auto, en vez de tomar en cuenta cuál se ve más
lindo o de qué marca es, piensa en el precio, el consumo
de gasolina y en las especificaciones de se guridad.
4. Compara las conclusiones a las que llegas utiliza ndo sola-
mente tu intuición contra un método totalmente racional, así
empezarás a hacerte cons ciente de cuáles son tus sesgos y
cuál decisión te hará sentir mejor al cor to contra el largo plazo.
Darse por vencido también puede ser una
decisión inteligente
Nuestra cultura, influenciada por la idiosincrasia de EE.UU.,
que tiene una cultura altamente competitiva e individualista,
ha idealizado la idea de nunca darse por vencido, una forma
de pensar que es prácticamente el corazón del concepto del
“sueño americano”. Pero esto también es una falacia, llamada
la falacia del costo hundido. Esta consiste en lo siguiente: vas a
Las Vegas y te llevas contigo cien mil dólares con la esperanza
de duplicar esa cantidad apostando en el casino. Pero después
de un par de días, has perdido dos terceras partes del dinero. En
vez de retirarte y conservar la última tercera parte de tu efecti-
vo, decides volver a apostar, pues ya has invertido tanto tiem-
po y esfuerzo que retirarte te parece un fracaso. Sin embargo,
apuestas el resto del dinero y terminas perdiéndolo.
Otro ejemplo podría ser este: vas al supermercado, compras
un helado que te encanta, pero eres intolerante a la lactosa. Tú
conoces tu estómago y sabes que lo más probable es que ese
helado te caiga pesado, pero sabe delicioso y ya lo pagaste, así
que te lo comes. En unas horas más, sin embargo, terminarás
yendo al baño varias veces en la madrugada.
Cómo reconocer malas decisiones
Echemos un vistazo a esta simpática metodología que conocí en
el libro Happy Sexy Millionaire de Steven Barlet, que consiste en
seguir los pasos de un diagrama en el que hay dos variables que
son clave: 1) si el objetivo que queremos alcanzar vale la pena
todo el tiempo, dinero y esfuerzo que le estamos invirtiendo, y
2) si podemos hacer algo para que todo ese esfuerzo sea más
agradable o, al menos, un no tan desagradable. En el caso del he-
lado, unos minutos de satisfacción no valen la pena comparados
contra una mala noche encerrado en el baño. Ahora, ¿se puede
hacer algo para cambiar la situación? Sí, dejar de comer el hela-
do; comer solo un poco, y no hacerlo en ayunas, o simplemente
encontrar un sustituto que no use leche entera. ¿Es un fracaso
dejar de comer helado? No realmente; creo que seguir comiendo,
a pesar de las consecuencias, es el verdadero problema.
Joven empresario, si cuando te propones una meta muy ambi-
ciosa el resultado no fue como esperabas, para cambiar el resul-
tado debes cambiar tu manera de hacer las cosas. Dicho de otra
manera, rendirse también es una cuestión de maña; hay que ser
inteligente para saber cuándo retirarse, y esa decisión requiere
algo más que intuición. Tener este aprendizaje no es tampoco un
fracaso. La adversidad no solo fortalece el carácter, también el
criterio, y tener un criterio “afilado” es una de las mejores armas
que un gran estratega puede tener. “Nunca es tarde para seguir
aprendiendo”. He visto personas, después de años de estanca-
miento, reinventar y descubrir sus fortalezas.

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