Nosotros los jotos / Amor sin espinas

AutorAntonio Bertrán

Después de la jornada laboral, Jorge va muy quitado de la pena en el pesero de regreso a su casa en San Pedro, Milpa Alta. En Xochimilco aborda un muchacho delgado y alto, de labios carnosos que le llama la atención. Inevitablemente, los ojos de los dos jóvenes chocan y tras un tímido coqueteo de miradas pasan a las sonrisas y al acercamiento.

Jorge y Pedro -que así se llama el muchacho perturbador- bajan en la plaza principal de la tierra del nopal y se sientan en una banca. El entorno desaparece y sólo existen las palabras y las diáfanas risas del otro. De pronto, el silencio los regresa a la realidad: ya es de madrugada y están solos en la explanada...

Ese domingo de junio amaneció lloviendo en Milpa Alta. Es mediodía y el sol ha salido finalmente. Jorge y Pedro se saludan frente al quiosco del centro delegacional, tres años después de aquél primer encuentro. Desde entonces han roto su relación dos veces y hace unas semanas que volvieron a ser novios. Se besan y abrazan mientras en una banca cercana un hombre sesentón de botines azules le hace arrumacos a una mujer vestida de domingo. Cada cual está en su mundo, plácido.

Abordo a los muchachos para decirles que me da mucha alegría que hoy las parejas de hombres puedan expresar su amor sin que se colapse el mundo. Hace 20 años, cuando yo paseaba con mi primer novio en el Parque México de la colonia Condesa (la actual Jípsterlandia), no podíamos o no nos atrevíamos a ir de la mano, mucho menos besarnos. ¡Éramos cobardes!

Jorge, de 27 años, me cuenta que las primeras veces que paseaba de la mano con su novio en la UNAM, sus compañeros de la carrera de contabilidad lo miraban feo, aunque pronto se alivianaron. Pero ni él ni Pedro --tres años más joven-- han sufrido agresión alguna...

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