Una jornada en el casino

AutorRodrigo Vera

“¡Voy a ganar! ¡Ahora sí llegó mi desquite!”, exclama Joel Solares mientras se quita el saco y se afloja el nudo de la corbata antes de sentarse ante una máquina tragamonedas del casino Palmas.

Empleado de una empresa que trabaja para la alcaldía de Naucalpan, el animoso jugador agrega: “La semana pasada perdí 5 mil pesos. Hoy vengo a reponerme. Me escabullí de la oficina sólo para venir a jugar. Unas dos horas fuera del trabajo no son nada. En ese tiempo calculo recuperar lo que perdí”.

–¿Y si vuelve a perder? –¡No! ¡Vengo a ganar! Siempre hay que llegar con la mentalidad del triunfador. Eso trae buena suerte. Si no, uno mismo se echa la sal.

–¿Viene seguido al casino?

–De vez en cuando, sobre todo en los días de quincena. El juego te relaja y te desconecta de tus problemas… Y si sabes jugar, ganas buen dinero.

Los cientos y cientos de jugadores que –como Solares– llegan diariamente al casino Palmas dejan sus vehículos en el enorme estacionamiento del centro de apuestas, con capacidad para mil 400 automóviles. Son apenas las 11 de la mañana y los valet parking ya están ajetreados reco giendo llaves de vehículos y entregando los tickets de estacionamiento.

Los jugadores pasan después por el módulo de inspección a la entrada del casino. Allí hay guardias uniformados, con armas largas, un arco detector de metales e inspectores que revisan portafolios y bolsas de mano. Altas palmeras de plástico se alinean frente a la fachada del casino, cuyos muros azules y brillantes fueron construidos en forma ondulada para semejar el oleaje del mar. La intención es transmitir la sensación marina del trópico.

Es el casino Palmas una hermética y enorme construcción cúbica –con la misma forma y dimensión de una Mega Comercial Mexicana– sin ventanas. Se asienta en el cruce de Periférico Norte y avenida Jardines de San Mateo, en Naucalpan, Estado de México, a tiro cercano de los fraccionamientos de clase media acomodada de Satélite y sus alrededores.

Tan pronto se pasa la revisión y se entra al casino por la única puerta de acceso, desaparece totalmente la luz del día y domina una semipenumbra de suaves luces artificiales; alumbran los monitores de las máquinas de juego diminutos focos inter- mitentes que chispean aquí y allá, o pantallas de televisión que –sin volumen– trasmiten competencias deportivas.

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