Jesús Silva-Herzog Márquez/ La caprichosa Corte

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

El Poder Judicial "no influye sobre las armas, ni sobre el tesoro; no dirige la riqueza ni la fuerza de la sociedad, y no puede tomar ninguna resolución activa. Puede decirse con verdad que no posee fuerza ni voluntad sino únicamente discernimiento y que ha de apoyarse en definitiva en la ayuda del brazo ejecutivo hasta para que tengan eficacia sus fallos". Es por eso la más débil de las ramas del poder, el órgano menos peligroso para los derechos políticos.

La aseveración de los federalistas tiene sentido. En efecto, a diferencia del Ejecutivo no puede ordenar la guerra ni es competente para determinar el monto de nuestros impuestos. El Judicial aparece, en efecto, como un poder limitado para afectar nuestra vida. Pero ésa es apenas la apariencia de un poder. En realidad se trata del último peldaño de la escalera estatal.

El Judicial es el poder corrector del Estado, la instancia que puede enderezar las decisiones torcidas del Ejecutivo o la legislatura. De ahí que su actuación sea cualquier cosa menos inocua. Si la fuente original de las amenazas son los otros poderes, el Judicial se constituye en la última barrera o la complicidad definitiva. Por ello, lejos de la imagen de un manso poder, la judicatura puede ser el más peligroso de todos los órganos del Estado. Puede serlo, porque arriba sólo queda la selva.

Han pasado varios días desde la resolución de la Suprema Corte de Justicia declarando la improcedencia de la controversia contra la reforma indígena. Ha prevalecido el coro de insultos. Después de una temporada en que se alababa la independencia de nuestro tribunal supremo, la Corte es pintada como una asamblea racista que llama a la guerra de las castas.

Más allá de las porras y los escupitajos, las decisiones de la Corte merecen el respeto de la crítica. No será un poder inofensivo, pero es un poder incomprendido. Si los llamados poderes políticos están volcados naturalmente al público, si hablan el idioma de la calle y se dedican a cultivar la simpatía que requieren para su sobrevivencia, el mundo judicial crece a espaldas de la opinión pública. Su lenguaje no es el de la plaza, sus procedimientos son laberintos confusos, su actuación no requiere el alimento cotidiano del aplauso.

De ahí que se celebre inocentemente lo que ratifica nuestras pretensiones y que se maldiga lo que nos ofende. Tenemos que salir de esas reacciones que son más emotivas que racionales. La salud de la crítica política necesita una crítica judicial...

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