Isabel Turrent / La corte del zar rojo (I)

AutorIsabel Turrent

Aun en medio de la hambruna fabricada por Stalin en Ucrania a principios de los años treinta, que mató a millones de campesinos que sembraban las tierras más fértiles de la Unión Soviética, la corte de lacayos que lo rodeaba mantuvo una fe inamovible en las bondades de la colectivización y optó por darle la espalda a la brutalidad y abrazar el entretenimiento.

Dos polos donde es difícil reconocer a Stalin: pertenece naturalmente al de la violencia, que creció en círculos concéntricos de represión hasta el estallido de la Segunda Guerra en 1939, pero no al de las grandes comilonas y la camaradería que convenció a sus compañeros del Partido Comunista de que nunca los tocaría. Se han escrito decenas, si no es que cientos de libros sobre el estalinismo, pero es la reconstrucción magistral de las entretelas del ejercicio del poder en la URSS estalinista, que plasmó Sebag Montefiore en Stalin, The Court of the Red Tsar, lo que permite trazar el escenario completo donde nace y se consolida un dictador.

La élite estalinista: muchos de los miembros del Partido Comunista o PCUS que le debían su posición a Stalin, que durante el gobierno de Lenin como secretario del partido había llenado sus filas con sus seguidores, y los viejos militantes bolcheviques, se veían a diario. Stalin era una presencia constante en las casas de todos, con su afabilidad, y sus platillos y vinos georgianos. Muchos vivían en departamentos del Kremlin y el dictador en ciernes repartía abundancia. Vivían, en efecto, en otro mundo, ideológico y falso, la dictadura del proletariado, que era de hecho, la antesala de un totalitarismo unipersonal. Un universo aparte de la carestía y represión crecientes.

Todos estaban convencidos de que la dictadura del partido daría paso a la del proletariado como un asunto de fe. Sus escrituras eran las enseñanzas del marxismo-leninismo: una verdad "científica". En aras de la ideología apoyaron sin reservas las políticas estalinistas contra los "enemigos del pueblo", la "derecha" y los "saboteadores trotskistas". Stalin, que usaba poco la palabra porque prefería oír a los demás hablar y hacer listas de los desacuerdos que jamás olvidaría, era el maestro de las descalificaciones.

Estas se ampliaron para justificar la represión de clases enteras -como los kulaks "explotadores" en el agro-, etnias "desleales" -que fueron enviadas al Gulag siberiano sin mayores...

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