Intolerancia e integración regional

AutorAlfredo Falero Cirigliano
CargoUniversidad de la República, Uruguay
Páginas57-72

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Presentación

La idea de tolerancia es extremadamente equívoca. Sin ser exhaustivo en el repertorio de malentendidos a que puede dar lugar, existen dos aspectos a los que queremos aludir rápidamente a efectos de circunscribirla. Por un lado, la noción de respeto generalizado que conlleva, puede suponer la perspectiva de resignación a soportar, pero esto no implica necesariamente la de entender al otro. Por otro lado, en su amplitud como idea, puede representar la propensión a multiplicar indefinidamente aspectos sociales a los que se puede y debe administrar el carácter de “tolerancia”, lo que lleva a callejones sin salida o nos reenvía a viejas controversias sobre liberalismo.

Dentro de esto último, piénsese, por ejemplo, en una postura consecuente de afirmación y legitimación de la desigualdad social. La reproducción de actitudes y prácticas políticas tendientes a la aceptación de la desigualdad social puede aparecer como uno de los tantos temas sociales que supone una elección como otras, donde uno puede ubicarse cómodamente y desde allí mantener determinados privilegios. En este segundo caso, sin embargo, más que una postura electiva humana “natural” que requiere tolerancia, se revela más bien como un producto discursivo, ideológico, tendiente a mantener determinado orden social desigual para favorecerse en determinado contexto sociohistórico.

Debajo de estas generalidades, el punto que nos convoca en primer término es que la idea de tolerancia es sociológicamente problemática, ya que pierdePage 58 sentido, se licua en la amplitud de temáticas y matices. No obstante, encuentra otras oportunidades de contribución explicativa si se concreta un ámbito específico de discusión. Adicionalmente, considerar la contraparte negativa de la noción, la intolerancia hacia determinado grupo —en tanto transmite de inmediato la idea de rechazo o desprecio de ese grupo—, permite evadir conceptualmente que la respuesta a la misma suponga simplemente la resignación a aceptar, como establecíamos al comienzo, sino que puede implicar el apuntar a conceptos más profundos como compromiso a la inclusión y la ciudadanía social.

Establecidos los anteriores parámetros, el trabajo que sigue pretende apuntar a la relación entre actitudes xenófobas —es decir, intolerancia al extranjero— y subjetividad social en un contexto global de alta movilidad geográfica y de creciente interconexión de sociedades. De todos modos, está claro que el tema no es nuevo. A lo largo de la historia se fue generando, elaborando y reapareciendo un concepto de bárbaro que, como tal, siempre supuso para quien lo ejercitaba la inferioridad cultural del otro. Como recuerda Fernández Buey,1 la función originaria del término fue distinguir radicalmente a los miembros de la sociedad a la que se pertenece, de los otros hombres.

Los ejemplos históricos posibles en tal sentido son innumerables, pero entre ellos no se puede olvidar la intolerancia implícita en el proceso de conquista y colonización de América. Esta forma de intolerancia, sin embargo, ha sufrido transformaciones. La Ilustración europea trabajó una idea de autoconciencia tolerante pero vinculada linealmente a la idea de progreso histórico. Y en la actualidad puede percibirse respecto al tema una idea de tolerancia declarativa, políticamente correcta, pero en los hechos superficial y de corto alcance.

En efecto, ¿hasta dónde efectivamente se combate esa dimensión de intolerancia en un mundo globalizado? Un rápido vistazo a las condiciones de explotación actual a que es sometida la fuerza de trabajo migrante en América Latina, sin duda revela que las políticas en tal sentido, por lo general terminan en las puertas que el establishment político y económico estipula como fatalidad sociohistórica. Por ello, si se piensa en un escenario de restauración efectivo de la acción y el pensamiento políticos de transformación social —en este contexto de profundas mutaciones globales en curso— el tema adquiere una inusitada actualidad para sobrepasar lo meramente declarativo.

Sin embargo, resulta simplista creer que lo que llamamos intolerancia es patrimonio exclusivo de sectores del capital o de sectores políticos vinculados a los mismos. La intolerancia puede darse entre trabajadores con identidades nacionales diferentes y, de hecho, esto es muy frecuente. En tal sentido, si frente a los procesos de mayor movilidad de personas a escala mundial y regionalPage 59 se va constituyendo una subjetividad social que se imprime de una carga de racismo y xenofobia,2 muchas veces encubierta, se exacerba la tendencia a la segmentación social y a la creciente indisposición a convivir con el “otro”.

Efectos sociales como el apuntado deben ponderarse adecuadamente, ya que en un contexto como el actual, cualquier expresión colectiva de transformación social puede verse rápidamente segmentada y, por tanto, disolver su potencia. Por lo expuesto, lo que se plantea aquí como campo problemático es construir una subjetividad social capaz de asumir el nuevo nomadismo y, por el contrario, neutralizar formas de intolerancia vinculadas a tal dinámica de movilidad. Por ello, lo que sigue trata de avanzar en los mecanismos sociales capaces de rechazar el inquietante formato social de asumir como “natural” la marginación o “guetización” del “otro” o la afirmación de identidades múltiples separadas por abismos sociales.

Debe insistirse en que este campo problemático no sólo está relacionado con la globalización. Tiene particular importancia en la construcción de procesos de integración regional y adquiere una visualización pública especial en algunas zonas de frontera a través de casos de fuerte intensidad. Asimismo, no puede separarse de una subjetividad social progresivamente impregnada de una lógica mercantil que, sin embargo, no debe verse como un determinismo social inevitable. En función de lo anterior, lo que se pretende a continuación es generar una mirada sociológica del tema y colocarlo como un desafío urgente más que las sociedades de América Latina tendrán que afrontar.

Subjetividad social y la construcción del “otro”

Si consideramos la subjetividad social como un concepto que apunta a integrar la relación micro y macro de la sociedad —la sucesión de cotidianidades y coyunturas como constitutivas de escalas de tiempo mayores— y que sugiere la construcción de la capacidad social de generar cursos de acción transformadores, entonces encontramos que numerosos autores han trabajado, de alguna manera, tal concepto. Deberá asumirse conceptualmente, además, que “una concepción dinámica de la subjetividad es contraria al determinismo situacionista, pero también a la elección racional, para la cual la construcción de la decisión no es un problema sino un supuesto de que ésta es utilitaria y racional”.3

En función de lo anterior, y considerando que subjetividad social no deja de ser tampoco un concepto amplio y esquivo, los límites de este trabajo imponenPage 60 una apretada síntesis de algunas posturas que nos permitan establecer la relación con nuestro tema. Y en primer lugar, deben mencionarse los aportes de Antonio Gramsci como uno de los avances más fecundos y en tal caso ineludible dentro del repertorio de autores posibles. Siguiendo a este teórico italiano,4 se considera una subjetividad social en los términos propuestos, como el resultado de un proceso largo y complejo de crítica y de elaboración de formas de conciencia ingenuas y desagregadas hacia su superación por otras formas.

Y si se conviene en este punto general, se desprende que existe una fuerte relación entre la categoría que nos ocupa y la ideología sociopolítica que apoye la construcción de lo nuevo. Aparece la idea de hegemonía, que en la concepción gramsciana es la unificación de fuerzas potencialmente transformadoras, la posibilidad de fusionar elementos intelectuales y morales de agregados diversos que no pierden su identidad en un proceso dinámico. La construcción de una nueva hegemonía, en función de tales agregados, admite así una resignificación permanente. La sociedad civil se convierte entonces en un campo de disputa hegemónico entre clases.

Incluso considerando los deslizamientos de sentido de tales conceptos (hegemonía, sociedad civil) —y que Perry Anderson ha puesto en evidencia hace algunos años—,5 puede decirse que de la mano de Gramsci se comprende la importancia de la conexión entre lo que llamamos subjetividad social y organizaciones sociales y políticas para la construcción del socialismo. Nótese adicionalmente que subjetividad social aparece en forma notoria como un concepto más extenso que ideología. Pues aun considerando ésta en su forma amplia como un conjunto de ideas sistematizado, característico de un grupo social o una clase social, la formulación de subjetividad social sugiere un conjunto de elementos no estrictamente racionales y cognitivos, que se apoyan y expresan en la cotidianidad.

Bosquejados estos supuestos, merece recordarse en una línea de inspiración gramsciana, el énfasis de E. P. Thompson en considerar la clase no sólo como un producto de relaciones económicas, sino como una formación social y cultural dentro de un proceso histórico. Sus preocupaciones constructivistas desplazan la prioridad explicativa al ámbito de la subjetividad social y específicamente encuentra en las experiencias de resolución histórica de necesidades —y en la posterior “elaboración” de las mismas— el camino de prácticas de transformación social. Así, por ejemplo, se ilumina la importancia de “reexaminar todos los densos, complejos y elaborados sistemas mediante los cuales la vida familiar y social es estructurada y la conciencia social halla realización y expresión”.6

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