Inscribir el pasado en el presente: memoria y espacio urbano

AutorEstela Schindel
Páginas65-87

Estela Schindel. Docente en el Instituto Latinoamericano de la Universidad Libre de Berlín, Alemania. Correo electrónico: schindel@zedat.fu-berlin.de.

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Las dictaduras y guerras internas en las sociedades latinoamericanas han atravesado diversas etapas y se han desplegado en frentes variados. Desde las transiciones democráticas o el fin de los conflictos armados, sucesivas “capas” de memoria se han ido sucediendo y los relatos sobre la experiencia de violencia se han hecho más complejos, ampliando el espectro de voces y de modos con que se nombra el pasado.

Los actores sociales que han asumido la construcción de una memoria colectiva han adoptado estrategias variadas y lo han hecho en diversos frentes, los cuales incluyen la búsqueda de la verdad –y de los restos de las víctimas en el caso de los “desaparecidos”–, los intentos de llevar a los tribunales a los responsables de los crímenes, la creación de espacios de asistencia y contención a las víctimas y los esfuerzos por ampliar la conciencia social sobre el tema. Estos procesos van acompañados de una creciente producción testimonial y académica, que a la vez que amplía el conocimiento sobre el pasado propone una reflexión sobre el ejercicio mismo de la memoria. Así, por ejemplo, el énfasis en la oposición “memoria” frente a “olvido” que predominó en los países del cono sur durante los primeros años de democracia dio lugar, ante la proliferación de actores y versiones que se suman al debate, a discursos que asumen en cambio la existencia de memorias plurales, cada una de las cuales contiene alguna forma de “olvido”, y que disputan entre sí por el relato hegemónico del pasado.1

Uno de los ámbitos en que se despliegan esas memorias y en el que compiten por la preeminencia de sus respectivas versión y valoración del pasado es el de su inscripción, señalamiento o marcación territorial. La instalación de monumentos, placas o recordatorios, así como el tratamiento que se da a los sitios que fueron escenario de la violencia, son un modo en que se ejercen y plasman las memorias así como los conflictos asociados a ellas.

En esas prácticas cristalizan los modos que se va dando la sociedad de recordar y elaborar el pasado, combinando la necesidad privada e individual de homenajear a las víctimas con la aspiración colectiva de narrar la historia y plasmarla en el espacio público. Estos esfuerzos pueden definirse como procesos de “memorialización” y como tales deben distinguirse del simplePage 67 ejercicio de la memoria: la facultad psíquica de recordar. La memorialización implica un impulso activo y una voluntad de incidencia política y a diferencia de la memoria –acto que puede ser privado– integra lo que Hannah Arendt denomina “el ámbito de la acción”: iniciativas que ponen algo en movimiento en la esfera pública y cuyos efectos, impredecibles e irreversibles, crean las condiciones para la historia futura.2 Eso diferencia a las prácticas que se exponen aquí de la ya clásica noción de “lugares de memoria” elaborada por Pierre Nora.3 Sus lieux de memoire (que incluyen pero a la vez exceden los lugares físicos, como museos y monumentos) fueron pensados de modo casi inextricable al contexto francés –o en todo caso europeo– y se apoyan en la existencia de tradiciones de memoria estables y de larga duración, sedimentadas en el transcurso de sucesivas capas de representaciones pasadas. En el caso de los países latinoamericanos analizados aquí, que conocen tradiciones históricas e historiográficas muy distintas a las de Francia, el ímpetu por crear lugares consagrados a la memoria mantiene aún cierta cualidad urgente de denuncia o advertencia, y se propone incidir sobre las respectivas democracias en un gesto que surge del pasado pero se orienta al presente y el futuro.

Si, como afirma Bronislaw Baczko, toda ciudad es, entre otras cosas, una proyección de los imaginarios sociales sobre el espacio,4 las marcas que los esfuerzos de memorialización estampan en la superficie urbana componen un texto privilegiado donde se leen las valoraciones e interpretaciones colectivas de las memorias. En su modo de desplegarse en el espacio puede detectarse el grado de consenso o conflicto que subyace a los relatos sobre el pasado así como las tensiones que atraviesan el presente. Éstos se ponen en juego no sólo en las posiciones y discusiones que atañen a los objetos destinados a la conmemoración y el recuerdo sino también, o sobre todo, en las prácticas asociadas a esos objetos o sitios del recuerdo, trátese de una plaza, una calle, un monumento o un antiguo sitio de ejecución o centro de detención y/o tortura. Este trabajo plantea algunas cuestiones que se refieren a las políticas, los objetivos y los potenciales de los sitios de memoria. En la medida en que éstos se consoliden y aumente su recepción en la sociedad, la observación y el análisis de los usos políticos y sociales de esos espaciosPage 68 iluminará nuevos aspectos de estos procesos y permitirá acaso ensayar respuestas a los interrogantes que se formulan aquí.

Posibilidades y límites de la “memorialización”

En los últimos años, las discusiones alrededor de la memorialización del pasado violento han ganado centralidad no sólo en América Latina sino también en países y continentes de todo el mundo en que ha habido violaciones masivas de los derechos humanos. Hasta ahora se ha prestado poca atención a este aspecto de la elaboración de los pasados violentos, tal vez por percibirse como ajeno a los procesos políticos transicionales, en tanto parte de la esfera cultural “blanda”. Aunque no reemplaza la búsqueda de verdad, justicia y reparación, la construcción de memoriales y sitios consagrados al recuerdo puede sin embargo desempeñar un papel relevante acompañando y complementando esos reclamos.5

Los informes de las comisiones de la verdad de Perú, Paraguay, El Salvador y Guatemala incluyen entre sus recomendaciones el emplazamiento de monumentos, placas u otros homenajes en recuerdo de los muertos o desaparecidos por la dictadura o conflicto armado. También numerosas sentencias emitidas por la Corte Interamericana de Derechos Humanos estipulan medidas de “reparación simbólica” a las víctimas que incluyen la realización de homenajes, ceremonias y/o memoriales. Más allá de esta dimensión de reconocimiento oficial hacia sobrevivientes y allegados que suponen, se adjudica a estas iniciativas un potencial para estimular el compromiso civil en el contexto de la llamada “justicia transicional” y contribuir así a la reconstrucción democrática de las sociedades afectadas por violaciones masivas de los derechos humanos (sin menoscabar sino complementando y potenciando esfuerzos hechos en otros ámbitos). Actores provenientes de la sociedad civil, sin embargo, temen que una tendencia excesiva a la memorialización pueda paradójicamente obturar el acceso al pasado, “cosificando” o congelando una versión determinada de los hechos.

Las experiencias relativas a la memoria espacial muestran tanto problemáticas comunes a los diversos países latinoamericanos como conflictos específicos vinculados en cada caso a la historia y la política locales. MásPage 69 allá de las grandes diferencias históricas entre los procesos de violencia o dictatoriales atravesados por las regiones centroamericana, andina y del cono sur –y de cada uno de los países en ellas– puede formularse una serie de cuestiones que atañen de uno u otro modo a todos ellos.

¿Cómo plasmar en el espacio memorias cuyo contenido no termina de definirse y cuya interpretación sigue siendo materia de disputa en el presente? La acción de fijar el recuerdo mediante monumentos o inscripciones supone un afán definitivo que a menudo entra en conflicto con una historia que para algunos actores continúa estando viva y no puede, todavía, “sellarse” en verdades últimas.

¿Quiénes son los portadores “legítimos” de la memoria? ¿Cómo interactúan los distintos actores sociales en la gestión del pasado? Estas preguntas se plantean ante todo con respecto a la relación entre las organizaciones civiles, como los organismos de derechos humanos y las asociaciones de víctimas, y el Estado, cuya participación en los emprendimientos de memoria presenta aspectos paradójicos. El trabajo mixto entre ambas instancias enfrenta el desafío de hacer coincidir expectativas individuales con aspiraciones colectivas y políticas estatales, especialmente difíciles en contextos de inestabilidad o falta de continuidad, previsibilidad y/o planificación por parte de los gobiernos. A esto se añade la pregunta por los actores llamados a definir el contenido del recuerdo. Asociadas a los sitios de memoria coexisten narrativas plurales para dar cuenta del pasado a rememorar, y esas versiones diversas compiten entre sí a la hora de establecer o, en el mejor de los casos, consensuar qué y cómo relatar del pasado.

¿Cuál es el lenguaje apropiado para expresar la memoria del horror en la ciudad? Esta pregunta concierne tanto a la dificultad de representar las experiencias extremas del horror como al desafío adicional planteado en los casos en que ha habido desapariciones, debido a la falta de anclaje o referente material para el duelo que implica la figura del “desaparecido”. La diferencia entre desaparecido y muerto hace difícil asimilar los homenajes a los rituales mortuorios conocidos y hacen aún más compleja la fijación de memorias definitivas.

En el modo de dirimirse estas cuestiones se pone en juego la multiplicidad de sentidos que actores diversos otorgan a los espacios en función de sus memorias: se trata de procesos que implican luchas sociales y...

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