De una infancia medrosa

AutorJulio Cortázar

La casa de mi infancia estaba llena de sombras, recodos, altillos y sótanos, y a la caída de la noche las distancias se desmesuraban para ese chico que debía ir al baño atravesando dos patios, o traer lo que le pedían desde una despensa remota. Sagas sangrientas de asesinos circulaban en las sobremesas familiares, y el suburbio abundaba en ladrones y vagabundos peligrosos, pero todo eso, que aterraba comprensiblemente a mi madre, sólo incidió marginalmente en mis miedos. A una edad que no alcanzo a fijar, la soledad y la oscuridad desencadenaron en mí otros temores jamás confesados; anima-lito literario desde el vamos, el terror me llegó por la vía de las lecturas y no de las crónicas vivas, e incluso en esas lecturas el vórtice del pavor fue siempre la manifestación de lo sobrenatural, de lo que no puede tocarse ni oírse ni verse con los sentidos usuales y que se precipita sobre la víctima desde una dimensión fuera de toda lógica.

Así, desarmado, nunca pude refugiarme en la confesión del temor que los mayores comprenden aveces, aunque casi siempre la rechacen en nombre del sentido común, la hombría y otras estupideces; desde muy niño tuve que aceptar mi soledad en ese terreno ambiguo donde el miedo y la atracción morbosa componían mi mundo de la noche. Puedo fijar hoy un hito seguro: la lectura clandestina, a los ocho o nueve años, de los cuentos de Edgar Allan Poe. Allí lo real y lo fantástico (digamos la Morgue y Berenice, el gato negro y Lady Madeline Usher) se fundieron en un horror unívoco que literalmente me enfermó durante meses y del que no me he curado jamás del todo.

El folclor argentino hacía también lo suyo a través de tíos y primas: el lobizón, por ejemplo, la posibilidad monstruosa del licántropo cada vez que me mandaban a buscar algo al jardín en una noche de luna. Poco me atemorizaba la idea de un criminal que pudiera apuñalarme o estrangularme en la sombra; ese criminal estaba de mi lado, e incluso mi ingenuidad me llevaba a creerme capaz de defensa, de directo a la mandíbula o patada letal en salva sea la parte. El miedo era lo otro, eso que la literatura anglosajona llama tan admirablemente The thing, "la cosa", lo que no tiene imagen ni definición precisa...

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