Las Indias, un universo sonoro denegado

AutorSamuel Máynez Champion

Si lo narrado fue el tenor establecido por nuestro "descubridor", el que le sigue es consecuente; constatamos que se arma un constructor organizado. En las complicaciones que vivió Europa para darle cabida a un continente desconocido no se contempló su audición como una materia independiente. El problema del "ser de América" volvió a resentir que sus sonoridades no fueran consideradas como un tema digno de estudio; sí lo fue en cuanto las lenguas, pero para intentar desterrarlas. Vendría entonces la reseña que hace Pietro Marti-re D'Anghiera en sus Décadas donde resuena la carencia de nociones concretas sobre la música que se producía en aquel territorio que denomina Novi orbis. El número de veces que Martire cita sonidos y ruidos de la naturaleza es de 17 en toda su obra, mientras que sólo hay 3 para los instrumentos musicales indígenas y 4 para los bailes; y los 7 registros son meras menciones.

Tampoco Núñez de Balboa, el "primero" en avistar el océano Pacífico, ni Cabeza de Vaca, el primer explorador de las cataratas del Iguazú y de los litorales del norte de México, ni Pedro de Valdivia, el fundador de Chile, nos ofrecen datos acústicos de relieve. Ocasionalmente encontramos descripciones más detalladas, ya no por los adelantados de la empresa explora-toria, sino por los cronistas oficiales y los advenedizos pero son, otra vez, producto de una observación filtrada por el desprecio.

En el caso de Hernán Cortés, quien se prodigó en sus epístolas a Carlos V, la situación no mejora, pues aunque aluda a diversas manifestaciones audibles como alaridos, "gritas", los lloros de niños y mujeres y los "aparejos de bullicio", es abiertamente vago, incluso ofensivo, con la música "precortesiana". No pasa de considerarla ruido. En su carta de mayo de 1522 declara con desenfado:

Y aunque con harta tristeza de no haber alcanzado victoria, partimos de allí y fuimos aquella noche a dormir cerca del otro peñol, (...) y así nos estuvimos aquella noche oyendo hacera los enemigos mucho estruendo de atabales y bocinas y gritas.

Y en la de septiembre de 1526 reitera: (...) sentimos cierto ruido de gente y unos atabales, y pregunté a aquellas mujeres que qué era aquello, y dijéronme que era cierta fiesta...

Sin embargo, la prosa más directa para demostrar el desagrado corre a cuenta de Bernal Díaz del Castillo. Relata sin ambages:

(...) tornó a sonar el atambor muy doloroso del Uichilobos, y otros muchos caracoles y cornetas, y otras como trompetas, y todo el...

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