Imaginación, alegría, dicha

AutorMarco Antonio Campos

En los años setenta y sobre todo en los ochenta fue cuando más lo vi. La llegada de Laco (como todo mundo le decía) parecía cambiar el humor de la gente. Era uno de los hombres con más encanto que he conocido en mi vida.

Tuvo el gesto amistoso de invitarme a varias presentaciones de sus libros y a homenajes que se le hacían, o lo veía en encuentros literarios. Entre muchas veces, en 1983, en Tuxtla, por los 25 años de Benzulul; en Cuautla, donde clausuró un encuentro de narradores; en Mo-relia, en 1985, para celebrar los setenta años de Edmundo Valadés, y ya en los noventa, en Bruselas, en el encuentro de Europalia, que ese año se dedicó a México, y del cual recuerdo una frase de José Agustín cuando íbamos en el avión: "Cuando vi la lista, le dije a Margarita: Nos salvamos: van Laco, Marco y Alberto Ruy Sánchez".

Recuerdo toda una mañana en Brujas donde Laco nos impartía clases de historia flamenca a José Agustín, a Margarita, a Elva y a mí.

Del cubano Onelio Jorge Cardoso, a quien conoció en 1963, Laco tomó el término de cuentero, y como él, fue un magnífico cuentero y un magnífico cuentista. Cuando trajimos a Onelio a la Ciudad de México y a Morelia a un Encuentro Latinoamericano de Narradores en 1985 o 1986, Laco me comentó que iba a fascinar como persona. Onelio era lo contrario de Laco. Tímido y retraído, claro... hasta que uno lo oía hablar, o mejor, contar. Y pese a contar con una voz casi apagada, Onelio de inmediato hacía entrar a quien lo oía en un orbe de encantamiento. Con el trato diario al gran viejo cubano terminaba uno inevitablemente queriéndolo. Como Laco, la manera de hacer feliz a los otros de Onelio era regalar cuentos que tenían siempre pasajes mágicos, y claro, lo lograron miles de veces. Oscar Wilde dijo que él pensaba en cuentos; eso queda exacto para Onelio y Laco.

"Porque las historias orales que se cuentan mágicamente son poesía", decía Laco, y no estaba equivocado. El término cuentero en México no existía; Laco lo impuso en el imaginario literario y él fue entre nosotros el cuentero por excelencia. Ese tejido de miles de historias que hizo durante décadas, estoy seguro, habría fascinado al argentino Ricardo Piglia, quien hizo de ese tejido su poética de la novela y el cuento.

Pongo dos anécdotas de Laco sobre su don de cuentero: La primera fue en Cuautla. En el encuentro de narradores, como dije, Laco cerraba la última mesa. Nunca falta el escritor local que cree que el público, que no sabe ni quién es, llegó...

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