Identidad narrativa y el centro histórico (de la ciudad) de México

AutorGonzalo Soltero
CargoLicenciado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)
Páginas134-153

Licenciado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Maestro en Proyectos Culturales por la Universidad de Warwick, Inglaterra, donde actualmente realiza el doctorado en Estudios de Política Cultural como becario del CONACYT y la SEP. Se ha desempeñado en actividades académicas, editoriales y de difusión cultural en instituciones como el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), la UNAM y la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha publicado en las revistas Signos Literarios (UAM), Estudios (del Instituto Tecnológico Autónomo de México, ITAM) y Curare, así como en Letras Libres, Nexos, Replicantey el suplemento El Ángel, del diario Reforma. Es autor de tres libros de cuento y una novela con la cual ganó el Premio Nacional de Novela Jorge Ibargüengoitia, recientemente reeditada por el Fondo de Cultura Económica.

Este artículo es parte de una investigación doctoral sobre la construcción narrativa de sentido que es posible gracias a una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y un apoyo complementario de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Se ha beneficiado asimismo de la investigación que realicé en el Observatorio Cultural del Centro Histórico de la Universidad del Claustro de Sor Juana de 2004 a 2006. Quisiera aprovechar este espacio para agradecer los comentarios de los tres dictaminadores anónimos que leyeron este texto, los cuales me permitieron subsanar algunas de sus deficiencias.

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Introducción

El título de este artículo sobre el centro histórico de la Ciudad de México lleva un paréntesis que busca sugerir la siguiente pregunta: ¿sería inexacto considerar esta zona de la capital como el centro histórico de todo el país? En el presente texto pasaré revista a la centralización, ante todo simbólica, que ha tenido la nación en el centro de su capital, en especial la Plaza de la Constitución, y que lo vuelve un patrimonio cultural medular para México. La identidad colectiva de más de 110 millones de personas, que ocupan un territorio de casi 2 millones de kilómetros cuadrados, en buena medida se ha generado en este espacio de 668 manzanas, sobre todo en una plaza de 200 por 240 metros.

Como señala Jerome Monnet: "El 'Centro Histórico de la Ciudad de México' es un nombre propio, el de la 'zona de monumentos históricos' definida y protegida por un decreto presidencial de 1980" (Monnet, 1995: 13). Aunque el barrio se identifica con este nombre desde hace relativamente poco, su centralidad ha sido clara desde los orígenes míticos que preceden a la ciudad y se ha desarrollado con ella, como trataré de demostrar.

Mediante un proceso narrativo, que definiré sobre la marcha, las acciones humanas han formado en esta zona, a través del tiempo y en el espacio, una amalgama semántica y semiótica. Esto apunta ya en dirección al patrimonio cultural, que puede ser "[...] entendido como las expresiones culturales de un pueblo que se consideran dignasde ser conservadas", (Rosas Mantecón, 1998: 3). Objetos o ceremonias con valor histórico y estético pueden ser clasificados como tales, pero aquí me abocaré al patrimonio cultural como lugar o espacio. Esta es también la tendencia que se observa en las declaratorias de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) sobre el patrimonio tangible de la humanidad, pues la gran mayoría se refiere a zonas con un fuerte componente arquitectónico; es decir, a las expresiones culturales acoplándose de manera idealmente definitiva al espacio.

Esta versión casi sólida del patrimonio cultural será contrastada con algo tan intangible como el proceso narrativo, que permite al ser humano atravesar el tiempo y adquirir significado: es mediante este Page 135 proceso que se tejen identidad y memoria, y que se entreveran comunidad, tiempo y espacio. Para tratar de demostrarlo examinaré la noción teórica de identidad narrativa, que podría resultar útil en los campos del patrimonio y la política cultural; así como la relación cíclica entre estos campos y el proceso de centralización simbólica de la zona en cuestión.

Dicha acumulación simbólica se ha generado ante todo como un ejercicio desde el poder, que le sirve a éste para justificarse. De acuerdo con Dundes, una de las funciones políticas del mito es "proporcionar un precedente sagrado para la acción presente" (Dundes, 1989: 24).1 La definición y conservación del patrimonio por parte del gobierno permite que el discurso y la historia oficiales tengan referentes concretos e imponentes. En algunos casos la sociedad civil ha polemizado con esta versión oficial a través de manifestaciones que han contribuido a resignificar el espacio y sus funciones.

En este contexto, y ante la preponderancia que la conmemoración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario de la Revolución Mexicana tendrá en la política cultural nacional durante el 2010, resulta propicio dedicarle una mirada a un escenario fundamental para la historia del país, para los dos momentos históricos a festejarse y para la forma en que se han festejado tradicionalmente sus aniversarios.

Finalmente, en lo que respecta a culturatomaré como punto de partida la definición que propone Clifford Geertz: el conjunto de historias que nos contamos acerca de nosotros mismos (Geertz, 1973: 448, 452). Esta definición franquea el paso para ahondar en aquello a que me refiero con la siguiente categoría: narrativa.

La narrativacomo proceso cognoscitivo y como representación

Hace unas tres décadas el concepto de narrativadejó de interesar únicamente en el ámbito de los estudios literarios para ser aplicado en Page 136 campos tan diversos como la psicología, el trabajo social, la educación, la ciencia política, el derecho o la medicina; lo que se ha conocido como el "giro narrativo" (Ryan, 2007: 22; Hyvärinen, 2006: 7; Herman, 2007a: 4). La definición de este término presenta ciertas complicaciones, pues ha sido desarrollada más allá de cualquier consenso por la teoría literaria, mientras que en otras disciplinas se ha tomado del uso cotidiano que tiene la palabra. Dos volúmenes publicados recientemente dedicados a este campo resultan de gran utilidad para revisar el estado de la cuestión (Hyvärinen et. al., 2006; Herman, 2007a).

Los capítulos en ambos libros dedicados a la definición del término son elocuentes sobre las dificultades que presenta. El capítulo de Rimmon-Kennan (2006) lleva un título en plural ("Concepts of Narrative"), como si fuera imposible reducir la categoría a un solo concepto, y termina con una lista de 14 preguntas, como si en vez de conclusiones sólo fuera posible cerrar con preguntas por responder. En su contribución, Ryan (2007) propone una "nebulosa de definiciones" (a fuzzy-set definition)2 para elegir de acuerdo con el caso. A pesar de este panorama tan irresolutivo, a partir de algunos autores que coinciden en varios puntos es posible acuñar una definición básica para el uso que se le pretende dar en este artículo al término: la narrativa es la representación de uno o varios eventos en el tiempo (Abbott, 2002: xi; Bruner, 1991: 6; Gennette, 1982: 127; Ricoeur, 1990: 37, 52).

Esta definición comprende la narrativa no solamente como una historia o discurso que puede tener diversos soportes (textos, recuentos orales, imágenes) sino también como un proceso mental crucial para comprender la realidad. Abbott dice que: "El pensamiento y la expresión humana en general son intrínsecamente narrativos" (Abbott, 2002: 1). Page 137 Carr menciona que ningún elemento puede ser incorporado a nuestra experiencia si no es a través de una historia o una narrativa (Carr, 1986: 68). Y Herman asevera que "La narrativa, en otras palabras, es una estrategia humana básica para conciliar tiempo, proceso y cambio" (Herman, 2007b: 3). En este sentido es posible hablar de una construcción narrativa de la realidad.

Por narrativa, entonces, me referiré tanto al proceso cognoscitivo como a las representaciones que produce. De la relación pendular y cíclica entre proceso y representaciones proviene a su vez la relación entre narrativa y construcción de significados: "La narrativa, de acuerdo con este argumento, no solamente refleja o incorpora significado: lo crea directamente. Y si esto es así, entonces la narrativa proporciona un modelo fundamental para la creación humana de sentido" (Bell, 1990: 173). La siguiente cita es sumamente ilustrativa de este proceso:

Las nuevas cosmologías contemplan a la "creación" como algo ambiguo, mitológico e incluso tabú. Preguntar qué precedió al Big Bang y a los nanosegundos primordiales de la condensación y expansión de nuestro universo es, según se nos dice, una sandez. El tiempo no tiene significado de manera previa a esta singularidad. Tanto la lógica elemental como el sentido común nos deberían indicar que tal sentencia es una pretensión arrogante y charlatana. El simple hecho de que podamos articular la pregunta, de que podamos incorporarla en un proceso cognoscitivo normal, le da significado y legitimidad. La premisa de esa nada y esa atemporalidad incuestionables ("que no deben ponerse en duda"), ahora convertida en dogma por los astrofísicos, es tan arbitraria y en muchos sentidos incluso más mística que cualquier narrativa de la creación en el Génesis o cualquier otra fuente (Steiner, 2001: 279).

Aquí, George Steiner prácticamente parece cuestionar la validez de la versión científica que niega la existencia del tiempo antes del Big Bang. En realidad, el cuestionamiento de Steiner se debe a que la existencia del Universo va más allá de la narratividad, lo que dificulta su Page 138 comprensión. Si una...

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