Números y política. Contar en la ciencia política lo que cuenta

AutorGianfranco Pasquino
CargoPolitólogo italiano.Autor de numerosos artículos y libros en los campos de la metodología y la teoría políticas.
Páginas129-148

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Traducción del italiano: Fernando Barrientos del Monte

Cuantificación: la precisión* en el registro de los datos y en la enunciación de los resultados requiere la medición y la cuantificación, no como fines en si mismos, sino sólo cuando es posible, pertinente y significativo a la luz de otros objetivos.

D. EASTON (1971: 53)

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La cada vez más amplia aplicación de métodos cuantitativos en las ciencias sociales y por tanto en la ciencia política, aunque muchas veces censurada y al mismo tiempo en los hechos no siempre fructífera, parece, dados los cambios en el objeto mismo de la investigación, inevitable; lo que no significa que deba por ello ser exclusiva y exhaustiva.

N. BOBBIO (2004: 969)

Proemio

La relación entre números y política es tan interesante como compleja. Al menos inicialmente podría polemizar con dos argumentos. Por un lado, afirmando que para hacer política es necesario contar con los números que, lo sabemos, pueden ser de cualidades diferentes, pero sin duda aquello que importa es obtener un número de votos alto. Por otro, observando cómo en la política en general y en la italiana en particular, regularmente aparecen y se afianzan personajes que no tienen números y que de hecho dan los números.1 No me centraré en este argumento. Al contrario, abandono inmediatamente el camino resbaloso de la política para ir rápidamente al terreno más sólido y más fecundo del estudio científico de la política, es decir, la ciencia política.

A manera de introducción

Cuando se habla de “números” en el análisis de la política se hace, y se ha hecho, por una comprensible y recomendable exigencia de claridad, de precisión, e incluso, por qué no decirlo, de cientificidad.2 En elPage 131pasado, esta tarea se hacía de manera especial para emular la economía y sus explicaciones, regularmente fundamentadas en las matemáticas, consideradas con o sin razón, más científicas que aquellas formuladas por la ciencia política. Naturalmente, no es verdad que una explicación es científica exclusivamente cuando se basa en variables, indicadores, fenómenos cuantificados y cuantificables. Respecto de las palabras en libertad, los números parecen regularmente garantizar al menos la persecución de la cientificidad, o en otras palabras, desembocar hacia aquellas vías que llevan a las generalizaciones científicas intersubjetivas. Con los números resultaría más fácil ofrecer la acumulación de los resultados de la investigación y, como justamente señalaba Karl Popper, conseguir la falsación de las generalizaciones y las teorías como momento e instrumento para el progreso de la ciencia, de cualquier ciencia, y por lo tanto, también de aquella que se ocupa de la política.

No deseo aquí, de ninguna manera, retomar el discurso de la mayor dificultad intrínseca en el análisis del comportamiento humano y, por lo tanto, de las ciencias sociales que se ocupan de ello respecto de las ciencias naturales.3 Me limitaré sólo a subrayar cómo la cuantificación, es decir, el uso de los números en la ciencia política, continúa siendo considerada no sólo deseable y necesaria, y bajo determinadas condiciones, posible y funcional. Entonces, el problema no es si recurrir o no a los números en el análisis politológico, sino en cuáles sectores, bajo cuáles condiciones y con cuáles modalidades es posible y deseable hacerlo con la perspectiva que ofrezca resultados satisfactorios. En suma, para decirlo con una frase que seguramente el más importante politólogo italiano, Giovanni Sartori, suscribiría, es necesario contar los fenómenos políticos que cuentan. Es decir que debemos formular, po- seer y explicitar los criterios con los cuales utilizamos los números y procedemos a la cuantificación y, sobre todo, debemos justificarlo y demostrar su relevancia y superioridad respecto de otros criterios puramente cualitativos.

Esto es exactamente lo que trataré de desarrollar en esta inevitable sintética comunicación sobre un argumento de extraordinaria importancia. Y lo haré acudiendo, en la medida de lo posible, a ejemplosPage 132concretos que evidencian tanto la utilidad de recurrir a los números para medir y valorar los fenómenos políticos, así como la dificultad de hacerlo (y algunas veces, la improvisación y la superficialidad con la cual la mensurabilidad y la cuantificación son aplicadas).

Votos y partidos

El primer ejemplo no puede ser otro que el sector de la ciencia política en el cual los números son absolutamente fundamentales: las elecciones, el comportamiento electoral y los sistemas electorales. No hay duda que en las elecciones democráticas los votos cuentan y sus números absolutos, diversamente combinados e interpretados, constituyen la fuente esencial de las victorias y las derrotas, del poder parlamentario, gubernamental y político. ¿También político? Al menos el famoso político noruego, Stein Rokkan, puso en duda la relativa superioridad de los votos respecto de otros componentes de la política. En algunos contextos y bajo determinadas configuraciones institucionales, escribió Rokkan hace treinta y cinco años: “los votos cuentan, los recursos deciden” (Rokkan, 1975). Allí, por ejemplo, donde existen —algo ya poco raro en estos tiempos— organizaciones que se definen como corporativas y que se conducen bajo acuerdos entre gobierno (generalmente con la presencia decisiva de un partido de izquierda), sindicatos y asociaciones empresariales, la distribución de los votos es menos importante que la concentración de los recursos en tales actores políticos, sociales y económicos.4 Sabemos también, y este es otro sector en el cual la ciencia política ha dado grandes aportaciones analíticas, que los sistemas electorales no se limitan a convertir votos en escaños, sino que también ejercen una serie de constricciones sobre el comportamiento de actores relevantes: ciudadanos-electores, candidatos, partidos y sus dirigentes, dependiendo de los mecanismos del mismo sistema. Y pueden ser diseñados de formas significativamente diferentes; de allí que hablar, por ejemplo, del sistema proporcional, como si existiera sólo un tipo de sistema proporcional, es unaPage 133intolerable simplificación a la luz de las numerosas variantes reales y distintas posibilidades de las modalidades de traducción proporcional de votos en escaños. Sabemos además cuánta importancia le atribuyen los políticos justamente a los sistemas electorales que, en cierta medida, regulan los flujos de su poder político, sea en el gobierno o en el parlamento.

No debemos, por tanto, asombrarnos si cualquier reforma electoral implica inevitablemente tensiones, confrontaciones, conflictos: desde la ley electoral tramposa (“legge truffa”) de 1953 hasta los referéndums populares de 1991 y 1993, e incluso, aquellos fallidos de 1999 y 2000, además de la actual propuesta de ley de la “Casa della Libertà”.5Es del poder político de lo que se trata, de su cuantificación en términos de escaños y de la posibilidad de construir gobiernos en el parlamento. Algunas veces, dependiendo de los sistemas electorales y de las variantes de los sistemas proporcionales, se trata también de la existencia o la sobrevivencia de uno o más partidos. Aunque este es un sector de estudio de la ciencia política en la cual, gracias a la contribución de Maurice Duverger, de Giovanni Sartori, de Domenico Fisichella, sabemos hoy mucho más y, sobre todo, sabemos cómo leer e interpretar también los nuevos fenómenos que inevitablemente serán producidos por elecciones democráticas.

Ahora, para entrar en actualidad, ningún politólogo osaría decir que el sistema proporcional alemán no ha funcionado porque nunca podría producir, al menos, numéricamente, un gobierno de mayoría. En primer lugar, nunca ha sido la tarea de un sistema electoral producir automática e inevitablemente gobiernos de mayoría, aunque sí esPage 134legítimo esperar que sistemas mayoritarios, como el tipo inglés, es decir plurality en circunscripciones uninominales, o el tipo francés, es decir circunscripciones mayoritarias uninominales con ballotage con barrera de acceso en la segunda vuelta, logren concretamente “bautizar” un gobierno de mayoría. En segundo lugar, el sistema alemán, en tanto proporcional, no tiene como objetivo principal dar vida a un gobierno, sino de elegir a un parlamento adecuadamente representativo de las preferencias y de los intereses de una sociedad amplia y diversificada y, como saben todos quienes apoyan los sistemas electorales mayo- ritarios, puede ir en menoscabo de la formación inmediata y simple de una mayoría de gobierno. No obstante, en el Bundestag de 2005 existe una mayoría numérica (muy diferente de una mayoría “política”) que es clara y notable, que integran los Socialdemócratas, los verdes y a la Izquierda, una mayoría, si se quiere, confeccionada por el sistema electoral.

El problema es que, para darles la razón a quienes consideran que los fenómenos políticos se contabilizan, es necesario saber contarlos, ya que la mayoría numérica no es una mayoría política. De hecho, la reagrupación de la Izquierda alemana nació casi exclusivamente en oposición a las políticas y a la personalidad del canciller Gerhard Schröder y, de su lado, parece difícil políticamente, que Schröder cancele las diferencias que lo separan del ex socialdemócrata Oskar Lafontaine y de los ex comunistas. Como sea, los números (los escaños) estarían, pero contarlos sirve poco porque lo que cuenta verdaderamente es la política de los diferentes protagonistas y su política depende sólo parcialmente de los números. Por otra parte, la política es la habilidad de combinar de manera satisfactoria los números.

El caso alemán conduce también a un sector de estudio en el cual el contraste del modo de recurrir a los números no podría...

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